
Los chanclazos en las líneas peatonales, globeros y malabaristas con pelotas tienen sueños entre sus dedos. ¡Pinche calorón! Con hartas ganas de arrancarse los zapatos.
Un día, una noche…

El Barrio Chino camino nocturno con un toque de recuerdos viejos, con focos fantasmagóricos, un chingo de rostros deformados, signos cadavéricos en las historias de banqueta.
Un día, una noche…


Los carnales del escuadrón de la muerte con su garrafita de caña raspan un trozo de periódico ilusiones fragmentadas, estopa humedecida en thiner.
Un día, una noche…

Los puercos quesque vigilan las calles, ayudan al prójimo, cuidan al ciudadano, pero siempre te miran como si les debieras el almuerzo.
¡Maldita conjuntivitis de ciudad!
Un día, una noche…

En cada semáforo siempre se topa uno a un ángel con alas rotas hechas de papel con noticias de nota roja de algún atropellado; a la banda le late el morbo y el amarillismo. Solo se les oye ese mormullo a las gentes:
– Yo lo topaba. –
– Conozco a su jefa. –
– Pobre carnal. –
Un día, una noche…

¡El metro siempre está hasta su madre!
Empujones, codazos, camaronazos, la bolsa de la ñora incrustada en las costillas, fluidos corporales pisoteados en los escalones de la entrada del gusano naranja.
Un día, una noche…


Aquel morrito pintado de payasito en centro de Coyoacán siempre mira al Mimo callejero en su show, nadie sabe los secretos de estos dos compas.
Un día, una noche…

Al fondo de ese callejón sin luz solo se mira un poste con un cartel de publicidad de quien sabe que carajos.
¿Los mensajes subliminales radicaran en unos lentes de cartón y una boca abierta?

Columna: Somos la street


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