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El tiempo que respira la neblina

Escrito por el 12/09/2022

Breves consideraciones de la novela “El Siglo V de San Cristóbal” de Roberto López Moreno

Cuando caminamos por un barrio o ciudad vieja es casi inevitable imaginar los acontecimientos de siglos atrás que tuvieron lugar sobre los adoquines que nuestros pies recorren, incluso aunque conozcamos poco o nada de los avatares históricos acontecidos en el lugar.

Hay lugares donde la piedra habla, la piedra trabajada por el hombre, solo ver la fachada de un edificio o la pila bautismal de una iglesia puede dejarnos los aires de las fortunas y desdichas de los que estuvieron antes que nosotros, así como la piedra en la fachada de una casa como la hoja de oro en los retablos religiosos, así o con más intensidad nos pueden hablar el sol y la neblina, el bullicio de un mercado o la caída de la lluvia.

A veces los lugares que nos hablan desde un sitio profundo y remoto de la memoria, se encuentran en la geografía literaria del autor. Todo está basado en la materialidad de la existencia, pero el autor recrea (lo cual por otro lado es su deber) una realidad que empieza a transformar desde el lado de la fantasía, desde la palabra. Fantasía y palabra suenan a modestia pero todo cambio en el devenir tiene comienzos en las pequeñas cosas.

Cuando uno recorre las calles literarias del San Cristóbal de Roberto López Moreno, uno se da cuenta que los oprobios a la población indígena no sólo continúan en tiempo presente sino que siguen teniendo lugar desde el pasado.

En esta novela (la única publicada por nuestro autor) se pueden recorrer siglos en unos cuantas párrafos y más aún vivir diferentes tiempos en una sola línea. El tiempo como la realidad se nos aparecen en su majestuosidad así como en su brutalidad para con sus protagonistas, como si un antiguo dios estuviera armonizando acordes de una sinfonía trágica en un teatro en la que una parte del auditorio solo ve los movimientos del director de orquesta pero es otra parte de la audiencia quien escucha y verdaderamente vive tan peculiar cuan perverso “Grosso concerto”.

Dentro de los “Dramatis personae” de la obra encontramos a Pedro Díaz Colombo, quien representa al intelectual de la ciudad que al llegar por encargo del periódico para el cual trabaja, encuentra mucho más de lo que buscaba, en el buen y el mal sentido de la expresión. Continuamente contrapuesto a su suegro Hernán Rosellón Alvarado y Goudimel, no llega nunca a tener una confrontación directa con este, sin embargo Alvarado y Goudimel representa en una sola persona, a la clase dominante blanca o ladina del valle de Jovel (nombre tzotzil de San Cristóbal de las Casas) así como los agravios hacia la población autóctona, que esta lleva perpetrando por poco más de cinco siglos.

Entre ellos, como en una danza  barroca, se encuentran las hijas de Alvarado y Goudimel, Caridad, rubia, altiva y destinataria de todos los lujos y atenciones que su padre así como su clase social le pueden prodigar; y Rosario, morena, inteligente, misteriosa y perversa a la que no le falta nada debido a la posición económica y social de su padre pero que todo lo tiene de segunda.  Ambas son esposa y enamorada de Díaz Colombo respectivamente.

Más allá de los encuentros y desencuentros de los personajes, en toda la novela existe un continuo cuestionamiento del “yo”, el cual trasciende al personaje en sí y va a un cuestionamiento del “yo” como proceso histórico.

En un pasaje de la novela Díaz Colombo se encuentra con un hombre blanco y barbado enfundado en armadura y hablando un castellano algo viejo, nunca hubo un paso del umbral hacia otro universo al modo de Swedenborg o cualquier otro místico. A partir de Marx, somos conscientes que la historia no es lineal y por otro lado, en la visión que los pueblos originarios tenían sobre el tiempo, en los calendarios antiguos de Mesoamérica, el tiempo era una especie de espiral en la que se acoplaban días y horas en los que los númenes aparecían de forma cíclica.

La sangre permanece a flor de tierra, a flor de piedra, y las víctimas siguen gritando, como si el proceso histórico de Jovel en el que se contraponen indígenas y caxlanes, fuera un individuo, un ente que por momentos es consciente de que en su ipseidad, viven otros, que reclaman su lugar en el nombre mismo que da idea tanto de la identidad como del origen de cualquier hombre, de cualquier mujer.

De ese modo Pedro Díaz Colombo observa que no necesariamente admite que él es otros. Es en un tiempo el periodista e intelectual de la ciudad que cumpliendo con la misión encomendada por su periódico pero en la dialéctica establecida entre las calles de San Cristóbal y la biblioteca de Prudencio Moscoso cae en la cuenta de que  también es Pedro Díaz Cuscat, líder indígena del siglo XIX, compañero de rebelión de Agustina Gómez Checheb, visionaria que después de recibir una suerte de revelación ante unas piedras que le “hablaron”, sacrifica en una cruz a su hermano, el niño Domingo Gómez Checheb, para conjurar las fuerzas sobrenaturales a su favor y tener a un Cristo tzotzil sin mácula de pecado para liberarse de la bota española, pero también es Pedro Díaz Torcaz brujo amigo de su esposa Rosario, de la que se dice, nació en una cueva.

Pedro, el que negó tres veces a Cristo antes del amanecer, antiguo pescador de nombre Simón que pasó a ser piedra (gr. pétra) de la “ecclesia” de Jesucristo. Colombo, paloma en italiano, que en los otros Pedro Díaz, el significante viene del castellano (la paloma de anillo torcaz o torcazo) y cuscat de las lenguas originarias. Al mismo tiempo no podemos dejar de lado que la paloma es símbolo de paz, de estabilidad, que fue el animal que envió Noé para saber si el diluvio había ya terminado y más aún, está en el nombre de quien se le atribuye el “descubrimiento” de las tierras al occidente del Atlántico, Cristóbal Colón. Por un momento estamos con el Pedro de los días posteriores a Colón.

En el mismo orden de ideas podemos decir que Hernán Rosellón Alvarado y Goudimel tiene similar vínculo hacia Balancán Goudimel, músico medieval, posible practicante de la alquimia y aparentemente originario del Rosellón o Provenza, muerto en las inmediaciones de Innsbruck, por una turba que lo acusaba de herejía.

Balancán, jaguar-serpiente en lenguas mayences, es en apariencia el autor de algunas partituras para clavecín que llegan a la casa del Goudimel chiapaneco para solaz y aprendizaje de la hija Caridad pero que acaba aprovechando Rosario. El nombre Balancán es difícil de trazar en las lenguas del viejo continente, quizás por una suerte de afinidad fonética, se pueda ver  alguna relación con el profeta moabita del antiguo testamento y el título turco-mongol para los gobernantes.

De cualquier modo, el punto es que la trágica muerte de Balancán en el siglo XV anticipa y conecta de manera simbólico-literaria con los radicales cambios sociales de la Europa de finales del medioevo y principalmente con los catastróficos cambios en las sociedades de las tierras del jaguar y la serpiente.

Así podemos casi escuchar la música de Balancán Goudimel inserta en una sinfonía con tintes barrocos, pero interpretada con las reglas del tanto caótico como desconcertante siglo XX.

¿Cuál es la forma y el ritmo de la niebla?, ¿cuál es el tiempo en que López Moreno nos muestra los acontecimientos mostrados por su pluma? En principio la novela se desarrolla en 1994 pero por momentos estamos en 1712 o en 1867, pareciera que la niebla, así como los oprobios a la población, son de naturaleza atemporal.

Columna Glifo de Nube #glifodenube