La conservación y los formatos en la era digital
Escrito por Joel Cuellar Lopez el 21/07/2024
Con el advenimiento de las tecnologías digitales a finales del siglo pasado, comenzó una tendencia entre los museos y otros centros de conservación del arte, la necesidad de digitalizar sus acervos. Y aunque dicha digitalización es muy útil para algunos fines, con el paso del tiempo las realidades intrínsecas a esta nueva tecnología han demostrado que la conservación no puede hacerse de una manera exclusivamente digital.
Primero cabe aclarar que los objetos por sí mismos no pueden ser digitalizados, la conservación del objeto original no puede ser reemplazada de esta manera, al menos no hasta que tengamos un aparato similar al replicador de Viaje a las estrellas. Lo que puede ser llevado a un medio digital es la información sobre el objeto, ya sea que estemos hablando del escaneo de un libro, la fotografía de una pintura o la grabación de un baile. Lo que podemos conservar es una serie de datos capaces de reproducir, ya sea en una pantalla, una impresión o el sonido de una bocina, una copia del original.
Este tipo de tecnología se caracteriza porque una vez que se ha digitalizado la información es muy fácil hacer copias de la misma, guardar estas copias ocupa muy poco espacio y compartir dichas copias puede ser muy fácil. Todo esto es fácil desde el punto de vista del usuario, en un entorno donde la infraestructura necesaria ya está construida y funcionando. El grado de miniaturización y complejidad al que hemos llegado hace que nuestra tecnología aparente ser una caja mágica, pero todo formato requiere de un soporte físico. Por ejemplo, la “nube” no es sino la computadora de otra persona a la que estamos conectados y esas computadoras necesitan recursos tanto para ser fabricadas como para mantenerse funcionando.
Sin embargo, estamos observando algo que no necesariamente había pasado hasta ahora en la historia de la conservación. Y es que, si bien la tecnología digital es muy buena para crear y distribuir copias de una obra, los medios digitales no son tan longevos como lo son muchos de los materiales de las obras originales. Ya sea la cinta magnética, discos duros, medios ópticos o discos de estado sólido, todos tienen una vida útil que se mide en décadas, no en siglos.
Si añadimos el hecho de que el avance tecnológico nos hace tener que cambiar de medios y de formatos constantemente, la vida útil de muchos de estos archivos digitales tiende a ser mucho menor que sus contrapartes análogas. Aquí es cuando el costo y gasto de recursos comienza a poner el tela de juicio la conservación por medios digitales, puesto que conservar libros, pinturas o esculturas resulta mucho más sencillo que mantener al día un centro digital en donde se puedan consultar o descargar copias de esa misma obra.
Sin embargo, existen expresiones artísticas que tienden a lo efímero, el canto, baile o teatro no pueden ser conservados en el mismo sentido en el que conservamos objetos tangibles. Aquí, al tener un original efímero, resulta intrascendente hablar de la conservación del original y por lo tanto, los registros de audio o video, primero análogos y ahora digitales consiguen conservar actos que de otro modo se perderían.
Veamos el impacto en nuestra experiencia cotidiana, deseamos conservar fotografías, videos, tal vez incluso audios de nosotros o nuestros seres queridos, pero para conservar algunos de estos recuerdos es necesario ir traduciendo los originales a nuevos formatos, por ejemplo: de cinta magnética a un disco óptico y luego a un archivo que nos comparten a través de la “nube”. En este ejemplo conservamos momentos o recuerdos, pero la experiencia se vuelve cada vez más intangible, como su hubiera una barrera entre nosotros y la experiencia vivida.
Sin embargo, pensemos ahora en un original que puede ser copiado directamente, como una fotografía que tal vez ya hemos escaneado o a la que le hemos tomado fotografías con aparatos de cada vez mayor resolución. Podemos tocar la foto, guardarla, colocarla en un marco, aquí la experiencia es otra, aunque hagamos mil copias tenemos un original que podemos tener en nuestras manos.
Incluso en las generaciones que han crecido con los medios digitales, capaces de escuchar su música, ver sus películas o leer sus libros desde una variedad de aparatos en casi cualquier momento o lugar, veo el aprecio por lo tangible, por poseer algo en sus manos y manipularlo. No en vano las ventas de discos de vinilo han superado recientemente a las ventas de discos compactos por primera vez desde 1987, siendo un formato más grande, con una tecnología que puede verse en acción y entenderse más fácilmente.
De esta reflexión sobre los medios digitales rescato que son ideales para difundir una obra, haciendo posible que miles de copias de la misma naveguen por el mundo. Pero la palabra con la que me gustaría cerrar este artículo es “tangible”, pues los formatos digitales generan una experiencia que se vive como intangible para sus usuarios. Por lo tanto, no solamente veo un valor intrínseco en conservar los originales de las obras (no un valor económico, sino histórico y cultural), sino que veo además un valor en el hacer copias en lo que ahora entendemos como “formato físico”, pues estos formatos parecen conllevar una experiencia distinta para nosotros como seres humanos. Pienso en tantas librerías que comenzaron a vender discos de vinilo, discos compactos, hasta películas en diferentes formatos, solamente para que todos esos formatos estén casi extintos ahora y los libros sigan vendiéndose.
Columna: Transpoiética