El devenir de la rosa, metafísica poética de las arquitecturas y de la materia
Escrito por Roberto Lizarraga el 17/04/2024
En un texto de la revista de vanguardia Der Blauer Reiter de hace más de cien años, que lleva por título “Sobre la Composición del Escenario” el artista ruso Vasily Kandinsky señala que si bien la suma de 1+1 = 2, a nivel mental o anímico, podemos invertir el orden a 1 – 1 = 2, es decir que la obra de Arte puede tener su propia lógica interna y más aún romper y cuestionar la realidad del día a día.
Por otro lado, normalmente nuestras sociedades ven al Mito como una narración ilógica cuando no absurda sobre héroes y dioses ya ampliamente superada por el pensamiento científico; sin embargo el Mito al igual que la obra de Arte, tiene su propia lógica además de una serie de significados que en muchas ocasiones están dispuestos, para quien sepa leerlos.
En el Libro VI, La Construcción de la Rosa de Roberto López Moreno, encontramos al menos tres de ejes de lenguaje en buena parte de la obra que son: el lenguaje mítico, el lenguaje de la ciencia y el lenguaje poético que al servir de ladrillo a la vez de vaso comunicante entre ambos lenguajes y por lo tanto, entre ambas maneras de ver el mundo, es la síntesis y por lo tanto la amalgama cosmogónica en la que López Moreno nos lleva por un viaje en el que partiendo del verso Huidobro y la pintura de Leticia Ocharán, asistimos a la Construcción de la Rosa.
La M es parte del sonido o la sílaba primordial que de acuerdo a los mitos del Indostán fue creado el mundo, también podemos decir que el fonema emite una vibración cercana o que cuando menos, recuerda al mantra. Es en este inicio del libro en donde vemos una nube de gas en el que una danza de procesos fisicoquímicos es observada por el misterio desde las alturas, desde las profundidades y desde cualquier lado; en donde el fuego y el agua buscan su nombre en el seno de la materia, en donde el cosmos sueña un sueño inabarcable y dónde cada verso pareciera ser un eje, tal vez un vector de procesos en los que del hidrogénito de oxígena mirada, surge el monstruo niño, suerte de personificación de la fisicoquímica, la alquimia y la poesía; aullando entre brumas, entre lunas y castillos de arena quemados con el vino dorado del día.
En el Sueño antes del 1 empieza mencionando a los pobladores de lo aun no poblado y donde todo empieza a ser nombrado, es decir en donde empieza la existencia pues cada cosa empieza por tener un nombre. El uno es también un concepto que simboliza al ser, en este caso el sueño, momento donde todavía hallamos el caos previo a la revelación.
López Moreno nos lleva de manera poética a ese breve momento antes de toda creación, de toda invención, antes de que todo fuera nombrado, en el instante en que todo era nuevo. Nuestro autor nos habla de esos habitantes del tiempo antes del tiempo o “Pobladores de lo aún no poblado” que al levantar un dedo, comenzarán a nombrar las cosas.
Por otro lado en esta cosmogonía, el “Sueño antes del 1” está habitado por el movimiento, así “Nada se moverá allá arriba sin que se mueva abajo” lo cual nos lleva a pensar en el muy conocido principio de la antigua filosofía hermética pero también en el concepto de polaridad pues en palabras de López Moreno:
“nada es nada sin su otro, sin la fuerza que lo repita
(en el espacio,
sin el dual que corrobore el acto, que lo ratifique desde su propio
[esquema,
se trata de dos acompañados en su mismo salto al infinito,
se trata – logos laico – de la historia del firmamento y
[su reproducción grano de arena”
Firmamento – grano de arena, polaridad inesperada salvo para el poeta que tiene en mente la “mística” de la ciencia, en la que podemos imaginar al sonido primordial como el ruido procedente de la naturaleza como el logos, como la primera vibración, sílaba o palabra escuchada o simplemente percibida por esos seres o habitantes de lo aún no habitado.
Es en este momento que vale la pena recordar que en muchas ocasiones los mitos de la antigüedad eran un lenguaje cifrado para quienes veían en los dioses, procesos astronómicos, tectónicos o sociales en los que la deidad era un símbolo, una suerte de alfabeto que no todo el mundo podía leer.
López Moreno nos dice:
“El terremoto estaba ahí, destructor y creador al mismo tiempo,
Dios de los precipicios, Dios de los yacimientos,
[Dios de los hondos del oxígeno,
[Dios de las cámaras subterráneas”.
Las sombras piramidales giran en sus órbitas sobre sus ejes, junto con la materia solar, junto con la materia del diamante, junto al carbón y la gleba calcinada, el meteoro, el barro y la estría. El autor nos dice que:
“Ahora alza la luz de la otra sombra,
ahora el otro sueño y su trabajo,
la imagen del primer discernimiento,
salto de cualidad sobre el planeta.
. Ya fenece este Sueño antes del 1,
que es modo de nacer, se está naciendo”.
El nacimiento implica movimiento, fuerzas centrípetas y centrífugas, calor y desde luego dolor.
De pronto entramos a una “Ceremonia” en la que en inicio avanzamos entre geometrías de barro, corazón y viento, bajo una noche poligonal y como es arriba es abajo, el pensamiento gira sincronizado con el firmamento, el copal abre el momento del ídolo, las agujas de jade, la Luna y el tambor. .
La Luna con su sonaja, ejecuta la danza y le sigue el jaguar con sus cascabeles en los tobillos, trascendiendo las variables físicas del universo que podemos ver, es decir en el que vivimos.
El jaguar ante el silencio expectante del ídolo, salta al centro de los destinos es decir, de casi cualquier destino y entre el reptante sonido y el color del tiempo, el Sol tanto en imagen como en sonido ejecuta una suerte de sinfonía al tempo que se ilumina el vientre de la rosa, como una personificación mística de la Tierra o de un cuerpo celeste que en su carácter de dos veces primera, conoce el otro lado del Sol.
Las emociones se unen al elenco de la sinfonía en tan rítmica y cósmica orquesta del verso, y los padres y madres de los meteoros atmosféricos, reciben la ofrenda del barro inerme.
La danza entre la bruma lleva a convertir a los protagonistas de la sinfonía en laberinto entre los geométricos procesos que nos despejan el ritual del ceremonial, del ritual de la ceremonia.
Ante el sacrificio y el enigma en su palabra congregante el incienso y el relámpago suben con el ritmo de las contorsiones del sumo sacerdote, en este ritual cosmológico, en este drama cósmico donde los albañiles de la palabra recurren a los ladrillos de la danza para construir el acto de la creación.
Se abre la rosa y en el estribillo de la oración y el mantra, crece la rosa dentro del poema.
Ante semejante orquestación poética, de pronto nos llegan ecos del gran Revueltas o de Ginastera al buscar evocar la fuerza en el rito de nuestros antepasados. Por momentos pareciera que cada verso cosmológico – sinfónico – ritual, es una función matemática que describe las variables de la construcción de este universo poético ante el que nos encontramos. Este cosmos se vuelve una especie de palacio con galerías y jardines donde se nos habla de la arquitectura de la rosa en vida y muerte de la misma arquitectura. La rosa se vuelve de mercurio, rosa, onda y juega a la suerte con la muerte. El universo de Huidobro sonríe ante el de Reverdy.
Las estancias y jardines de este palacio – universo descrito por las funciones poéticas de la rosa, son también Evocaciones en donde la Rosa de los vientos con sus treinta y dos destinos, tiene al amor como su rector destino, sin embargo este se encuentra sustentado por otros destinos como el odio, el dolor y la tristeza, aquí el autor nos dice que sin estos sentimientos y emociones, tal vez no seríamos capaces de distinguir el amor y menos aún de disfrutarlo.
En estas Evocaciones, es como si encontráramos otras estancias enmarcadas dentro de la arquitectura de la Rosa. En una el amor es cal y fósforo, en una imagen que nos pasea por el calor del deseo y de la desesperación que nos hace abstenernos del mundo que gira a nuestro alrededor y nombra a ese amor como el logos del número pues igual que el amor, su presencia como abstracción, está por casi todos lados.
Tanto el número como el amor concilian las partes, así en su disertación poética sobre la relación de ambos conceptos, tenemos los siguientes versos:
“El número que triunfa
. en tiempo y en destiempo,
siempre el número,
que es por la existencia del otro,
en su relación con el otro,
en el otro,
que le cuantifica y le da dimensión,,
que le da su valor y le establece,
de la unidad a su relativo,
sobre el débil y poderoso,
fugaz y eterno puente
de un suspiro”.
Existimos en relación con el otro así como el concepto la abstracción existe en base también a su relación con la alteridad, lo cual nos es indicado por el poeta en “Equivalencias” en el que vemos que para establecer la Harmonía se necesita del equilibrio entre el uno y lo otro, entre lo abstracto y lo concreto y entre los actos que se transforman en el acto de amor.
Todo acto amoroso suma, en “Poemo” neologismo en el que el sustantivo deviene en verbo, en una breve demostración poética del acto de amar para construir la “Simbiosis” de los cuerpos y ya una vez alcanzado el “Reposo”, poder inventar el mundo de nuevo. La Rosa misma es arquitectura y harmonía y más aún, es un acto.
Lo cotidiano se inserta en la Rosa, y el río de lo cotidiano arrastra el Odio, la Avaricia, , la Codicia, la Envidia y una serie de desdichas que de pronto, de un modo o de otro, son difíciles cuando no imposibles de evitar. La vida es también esas desdichas y entre estas la vida misma se abre camino hacia los libros en una especie de renovación en el que el canto a los autores barrocos refrescando a través de homéricos timones y las fuentes de los délficos misterios, a las serpientes del llamado santo oficio, hasta llegar al “Telón” que entrelaza los diferentes tiempos antes de su caída y entramos a los libros de los cuatro elementos y de la unión de los contrarios para desembocar en el cambio de Siclo. De la destrucción de la piedra sobre piedra, la Rosa renace más poderosa que nunca.
Columna: Glifo de Nube