
Homo Musices. Neuromusicalidad y la condición humana
Escrito por Joel Cuellar Lopez el 24/03/2025
A través de la música podemos aprender mucho sobre el origen de nuestra especie y sobre el cerebro humano, debido a esto el estudio neurocientífico de la música, o investigación neuromusical, ha crecido y se ha ampliado considerablemente a lo largo de las últimas décadas. Numerosos pioneros sentaron las bases de la investigación neuromusical actual, desde Franz Joseph Gall en el siglo XVIII, pasando por autores como Richard Wallaschek, hasta investigadores actuales como Michael Thaut o Donald Hodges. En esta ocasión daremos un breve recorrido por este ámbito, donde la ciencia y el arte convergen para intentar discernir mejor aquello que nos hace humanos.
Muchos de los precursores de este campo de estudio se interesaron por localizar la musicalidad en el cerebro y saber más sobre cómo se procesa la música tanto en individuos sanos como en aquellos con enfermedades de diversa índole. Todo esto enmarcado en una serie de intentos por identificar aquello que nos hace humanos, diferenciando a la humanidad del resto del reino animal. Desde entonces la bibliografía al respecto ha proliferado, especialmente a partir de la última parte del siglo XX.

Cabe destacar que muchos de los previamente mencionados esfuerzos por marcar nuestras diferencias con los demás animales no han hecho mas que reiterarnos nuestras similitudes. Desde la fabricación de herramientas, la empatía o el juego, todas estas actividades humanas han sido identificadas en otras especies. Aunque no podemos negar que en nosotros dichas actividades son considerablemente más complejas, resultado de un desarrollo cerebral igualmente complejo.
Por otro lado, los humanos hemos logrado desarrollar características como el lenguaje, el andar bípedo y el uso del fuego, que claramente nos distinguen de otros animales. Encontramos que dos de estas características humanas, resultado de nuestro desarrollo evolutivo son: nuestra capacidad para crear e identificar la música, así como nuestra habilidad para bailar al compás de un ritmo.
El oído medio de los mamíferos se desarrolló a partir de los huesos de la mandíbula de los primeros reptiles y sólo transmite sonidos en frecuencias específicas, está naturalmente sintonizado con el sonido de la voz humana, aunque tiene una gama mayor que la necesaria para identificar el habla.
Mientras continuaba nuestra evolución, el área de nuestra corteza cerebral encargada de nuestra visión comenzó a disminuir, hoy en día ocupa menos espacio en nuestro cerebro que el ocupado en el cerebro de otros primates. A cambio de esto otras áreas de nuestra corteza comenzaron a desarrollarse, en especial los lóbulos temporales, zonas relacionadas con el procesamiento de la información auditiva, especialmente los centros asociados con la audición de la voz humana y el habla. Estos y otros cambios hicieron posible una estética basada en el sonido y una elaborada capacidad para responder con nuestro cuerpo a estímulos rítmicos externos.

En algún momento de dicha evolución, nuestros antepasados, que contaban con una comprensión muy limitada pero con una gran expresión emocional, comenzaron a comunicarse a través de la entonación de sonidos, movimientos físicos y gestos. En otras palabras, previo a comprender el significado dado por las palabras, nuestros antepasados fueron capaces de comprender las emociones a través de la entonación y la gesticulación. Autores como Susanne Langer y Steven Mithen llegaron a afirmar que tanto el lenguaje como la música actuales evolucionaron a partir de un mismo origen, un primer protolenguaje, un lenguaje musical que daba a entender emoción, pero sin palabras propiamente dichas.
De lo anterior podemos inferir que el primer instrumento musical utilizado por nuestros antepasados fue la voz, el oído está siempre abierto, por lo que a diferencia de la visión, el sonido no puede apartarse fácilmente. Desde los latidos rítmicos dentro del cuerpo de la madre hasta los primitivos golpes de palos sobre madera, el humano en crecimiento siempre estuvo rodeado de ritmo y crucialmente, respondió a él. Además, la banda de frecuencias que las madres utilizan para cantar a sus bebés y el habla materna dirigida a los bebés, con entonación y ritmo exagerados, corresponde a la que los compositores han utilizado tradicionalmente en sus melodías.
Posteriormente, para que tanto lenguaje como música se diferenciaran, nuestro cerebro tuvo que diferenciar las áreas que entienden lo que se está diciendo (en el hemisferio dominante, usualmente el izquierdo) de aquellas que capan la emoción (el hemisferio opuesto, normalmente el derecho). Por lo tanto, los núcleos de nuestra actual habilidad verbal se encuentran en el hemisferio izquierdo, mientras que el centro de nuestra experiencia musical se encuentra en el hemisferio derecho.

A pesar de esta especialización y localización en nuestro cerebro, tanto la experiencia musical como la comprensión verbal necesitan la coordinación de áreas localizadas en ambos hemisferios para estar completas. Esta coordinación puede ser comparada con la de una orquesta, donde las diferentes partes del cerebro actúan en sincronía para dar como resultado dichas subjetividades.
Hoy en día se ha observado que del mismo modo que existe un periodo crítico, un tiempo limitado para que el bebé humano pueda aprender el lenguaje, parece existir una fase similar de desarrollo cerebral para la incorporación de la música. Lo cual nos indica que nuestras funciones musicales y verbales se encuentran íntimamente relacionadas.
Podemos concluir entonces que la música siempre provoca una respuesta emocional, es un fenómeno que nos une como humanidad, siendo esto producto de nuestro desarrollo evolutivo. En futuras entregas exploraremos más esta área de investigación, ahondando en los hallazgos que relacionan a la música con la salud mental, la creatividad y la psicopatología.

Fuentes
Thaut, Michael H., and Donald A. Hodges (eds), The Oxford Handbook of Music and the Brain, Oxford Library of Psychology (2019; online edn, Oxford Academic, 9 Oct. 2018), https://doi.org/10.1093/oxfordhb/9780198804123.001.0001, accessed 1 Mar. 2025.
Trimble M, Hesdorffer D. Music and the brain: the neuroscience of music and musical appreciation. BJPsych Int. 2017 May 1;14(2):28-31. doi: 10.1192/s2056474000001720. PMID: 29093933; PMCID: PMC5618809.
Ilustraciones
Franz Joseph Gall identificó la música como una de las veintisiete facultades de la mente, en este primitivo intento suyo por mapear el cerebro se localiza a la música justo por encima del ojo, llamada “Tune” (Melodía).
Fuente: Por William Walker Atkinson, 1862-1932 [Sin restricciones], vía Wikimedia Commons.
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/71/How_to_know_human_nature-_its_inner_states_and_outer_forms_%281919%29_%2814784651435%29.jpg
Columna: Transpoiética.


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