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El cosmos de la vecindad

Escrito por el 20/01/2025

Breves notas sobre la nueva novela de Roberto López Moreno

Durante buena parte del s. XX en la ahora llamada CDMX que por muchos años fue el famoso Distrito Federal o de’efe, la vecindad fue el edificio tanto real como simbólico en el que habitaron muchas personas, principalmente de las clases trabajadoras.

En ese universo del que hacemos mención, se entretejieron vidas, historias y lo que damos en nombrar leyendas urbanas que podemos encontrar en películas, series y desde luego algunos libros.

En su nueva novela Los Círculos del Cuadrante, Roberto López Moreno, no nos ofrece un microcosmos, es un cosmos en si mismo, junto con sus desdichas, precariedades y escasas alegrías, entre las que se abren paso los vicios, las virtudes y los mitos, todos caminando en los mismos patios al lado del tiempo que transforma el polvo en lodo y hace que los olores del sudor y de la orina parezcan permanentes.

Durante el medioevo europeo y parte de la llamada edad moderna, los alquimistas y otros grupos de iniciados buscaron encontrar la llamada cuadratura del círculo, esto dentro de las diversas alegorías con las que se esperaba llegar a la llamada piedra filosofal, o quintaescencia.

El  medieval Libro de los veinticuatro filósofos, muestra una representación de Dios como una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ningún lado, de alguna manera el circulo representa lo concerniente al espíritu; por otro lado, el cuadrado de acuerdo a la escuela pitagórica era una figura que representaba estabilidad y era asociada con el elemento tierra. De aquí se desprende que el buscar la cuadratura del círculo era en cierto modo un intento de acercar el espíritu a la materia, o materializar el espíritu; en cierto modo, acceder a lo que no se puede conocer.

Ante lo amenazante y desconocido, la mente humana ha creado la metáfora, la alegoría y el mito.

En los círculos del cuadrante, nos encontramos ante siete tribus que en una peregrinación que recuerda a la peregrinación de las tribus mexicas del códice Boturini o de la crónica Mexicayotl, las cuales desde Aztlán, viajaron en una travesía o gesta hasta llegar al lugar señalado en una profecía para fundar la ciudad de Tenochtitlan.

Siete tribus en siete patios, del mismo modo en que desde la antigüedad de los desiertos de Sumeria y Egipto, hubo para la mentalidad arcaica de la época, siete cuerpos celestes que se consideraron planetas, siete Pléyades y siete estrellas en la Osa mayor, la brújula antes de la brújula; cada una de las tribus está acomodada de acuerdo a su comportamiento moral, de esta forma y solo por citar algunos, el primer patio es el de las prostitutas, el cuarto el de los que no se meten con nadie, los neutrales y correctos y el quinto patio es el de los criminales.

Parte del lenguaje de la novela procede del lenguaje de las barriadas de la ciudad de México aproximadamente a mediados del s.XX, en un koiné que recuerda a las películas y novelas de la época, lo cual se mantuvo con plena vigencia por lo menos hasta los años 90 cuando la globalización y el internet irrumpieron en nuestras conciencias y el ritmo así como el léxico  con que se comunicaban las calles con los patios, empezó a ser diferente.

No es la primera vez que Roberto López Moreno pone sus ojos en el universo de la vecindad, ya antes había explorado esa vertiente en su literatura, en particular con dos obras de narrativa que son: Yo se lo dije al Presidente del año 1982 y Breve Historia de un Suicidio del año 2009. De la primera vuelve uno de los personajes: María Cruz, mujer de la llamada vida galante que se enfrenta a la injusticia encarnada en el arrebato de su única hija.

Tanto María Cruz como el resto de los Dramatis personnae son encarnación de gente que cualquiera de nosotros pudo haber conocido en el mercado, la cantina, el llano de fútbol, la canchita de básquet o simplemente la calle.

Izéhuatl, líder que a través del nombre nos conecta con las raíces bajo del fango de esta capital y que es una suerte de líder en el terreno de lo político y de los espiritual, acompañado y a veces entorpecido por una triada que son Plotino, ciego homónimo de un filósofo neoplatónico del periodo helenístico, el Charifas, especie de mago, charlatán y Quiro, lector del destino a través de las cartas.

El orden que se nos presenta es completado por personajes como Doña Chon, señora especializada en el viejo arte del rumor y el chisme, el Chevrolito, hombre sin piernas que se desplaza a través de un carrito más o menos a modo de las viejas avalanchas, el “Mambo qué rico e” a quien una dolencia física aqueja de tal forma que mueve el brazo en un contoneo que da origen a su singular apodo y Fuensanta, quien alimentó a su padre con sus senos, al ser este preso político.

Sin embargo, con toda la riqueza lingüística, estilísticas y mítica de la novela, el principal personaje es la vecindad con sus patios y sus personajes buscando la recta de la curva y de ese modo cambiar su destino.

El tiempo para nuestros antepasados fue una espiral que llevaba el ritmo de ciclos de 52 años y meses de 20 días que se repetían en combinaciones numéricas que daban sentido al tiempo; es decir no se trataba de una cuenta calendárica lineal como nuestros modernos calendarios juliano y gregoriano. En Los círculos del cuadrante el mito irrumpe el tiempo y la acción como si uno de los signos emanados del antiguo calendario brincara en el idioma, en la calle o en la noche mezclándose con las luchas políticas, con el amor y con el sexo y desde luego con la culpa y las maldiciones que de este sentimiento emanan.

Los círculos del cuadrante es una novela en la que la carne de los protagonistas está hecha con las palabras de muy añejos mitos y leyendas, sin embargo los hechos en los que se construye la narrativa son parte de una caminata sin fin que se curva hasta el infinito, en la curva de un círculo que más que parecerse a un dios compasivo, nos lleva a pensar en un Leviatán urbano o tiempo devorador que arrasa con sus hijos.

La espiral puede tener varios niveles que avanzan y vuelven de acuerdo con la perspectiva del observador, en Los círculos del cuadrante, Roberto López Moreno, nos ofrece un libro en el que los niveles de lectura se mezclan en una dialéctica que se desenvuelve entre la leyenda, la urbe y la sociedad.

Columna: Glifo de Nube.