Nuevas Destrucciones de Saúl Ibargoyen
Escrito por Roberto Lizarraga el 04/02/2023
Fragmentación del Silencio en la Palabra
Varios de los que hemos tenido la fortuna de convivir con el maestro Ibargoyen alguna vez hemos oído la pregunta a manera de Roshi Zen: “¿Tiene cada palabra su silencio?” Buscando que sus amigos y presuntos alumnos obtengamos nuestras propias respuestas: Nuestros propios silencios. Esto se responde o se encuentra con la palabra, las entrañas, el espíritu, el sexo y por ende la carne. Una respuesta es el Silencio.
“Estoy cansado en re menor”
Verso introductorio del primer poema que lleva como título “Versos, etc.” Poema que nos evoca una caminata larga, sinuosa, accidentada y al mismo tiempo nos indica la música del mundo; “caminando por adentro del zapato” y en unos versos más adelante nos recuerda o nos revela que nuestros esqueletos son sonoros: El símbolo de nuestro silencio de vida es un instrumento, un vehículo del ritmo.
El ritmo está dado en tiempos y tonos. Las nubes, el viento, la palabra, el cansancio y el silencio tienen tono.
Se puede decir que los ritmos del lenguaje y por ende del canto se dan en cierto modo a través de un proceso o varios procesos dialécticos en los que interactúan los ritmos de la naturaleza y el trabajo con los del cuerpo.
En la Historia las ideas influyen y se ven influenciadas por estos procesos. Al respecto encontramos la concepción de la música de las esferas, principalmente en el medievo, sin embargo la idea remite cuando menos a las doctrinas de Pitágoras
Hacemos cita de esta idea solo para dar cuenta de una imago mundi en la que existía una música que para oídos humanos fue silenciosa. Asimismo encontramos que varios músicos del s.XX investigaron en torno al ruido como elemento de la composición musical, lo mismo que el silencio; Siendo esto último materia de investigación principalmente en el Oriente. Al respecto podemos citar el pensamiento místico del budismo Zen.
Por otro lado no podemos olvidar el “Farai un vers de dreit nen” es decir “Haré un verso de nada” de Guillermo de Aquitania, ni la “música callada, / la soledad sonora” de San Juan de la Cruz.
Expresión del silencio mediante la verba, expresión de la fragmentación en la palabra:
“y sin sustancia:
circunstanciado de mí
entre palotes que un trágico niño
escribe en su cuaderno”
¿Acaso el hombre, el hablante, se fragmentó en niño? O el niño nunca se ha ido y camina con el adolescente y el hombre en el doloroso recorrido de la Historia:
“En los rostros de ese niño
se hunde un agujero rojo:”
“todos los rostros del niño
comienzan a caer
hacia el hueco brutal que los traspasa:”
Cada rostro parece ser una posibilidad, un dolor y un punto de la Historia. ¿Hacia qué silencio o tono de silencio se dirige cada rostro?
El viaje, los zapatos, Saúl Ibargoyen recomienda no ir, sino viajar a cualquier lugar.
En este viaje poético, el hablante se refiere a “El hombre aquel hombre” en una serie de cantos en que el niño fragmentado se ha vuelto hombre y la realidad poética se siente sólida tanto en la vida de ojos abiertos como en las regiones que los pies han recorrido en esa otra realidad que llamamos sueño. Regiones de perplejidad donde:
“El hombre aquel hombre
atraviesa un ferrocarril
de jóvenes maderas pintadas”
Y unos versos después:
“un niño nombrado apenas
nunca sabrá por qué
esa máquina de luz extranjera
se detuvo respirando a su lado”
El tren esa máquina que aparece en la poesía por lo menos a partir de Walt Whitman y que generó asombro en plumas como Apollinaire y Carducci a la vez que temor y melancolía en autores como Eminescu, aparece humanizado a través de la acción del respirar; se humaniza junto al sujeto poético del niño en una acción sostenida en la que materia y espíritu se unen para sintetizar entre otras cosas eso que se llama voz.
Se respira “la sagrada podredumbre/ de las contiendas humanas que alimentan/ tu verba” para cuestionarse en el cómo poder “sostener este cántico/ entre los despreciados restos/ de las musas muertas”.
La musa, ese fantástico cual terrible invento de los poetas, por representar al menos una dicotomía en cuanto al sujeto en el que los hablantes realizan una objetivación poética como materia o tema al mismo tiempo que ideal en el que muchas de las diversas voces que han tratado este tópico se despersonalizan y funden con la musa.
Como señala Muahmud Ibn al Mahad:
«Tienes toda la libertad para admirar
el cielo, pero nunca podrás ver el aire”
Y qué es buscar o inventar a la musa sino “empujar los charcos de ancianísimas lluvias” pues las musas se han quedado para siempre “en el país de nunca cantar”.
Es precisamente en el poema que lleva por título “Las musas” en donde nuestros zapatos con todo lo de humanidad que alcanzan a desplazar nos llevan por preguntas retóricas como:
“¿Todas las ciudades son una ciudad
la eterna urbe imperial
o un mero montón de chozas cimentadas
en acumulaciones de detritos y excrementos?”
Ante las que pasamos por una perplejidad de horror y repugnancia en la que dudamos de los cimientos de las ciudades y queda una sensación nauseabunda en la que cuestionamos la cultura misma por todo lo de escatológico y sangriento hay en sus fundamentos. Dudamos hasta del zapato que transporta la mugre de una calle a otra.
Pero:
“¿Y las musas?
¿Es verdad que partieron
y que para ellas no hay regreso?”
Y después de este cuestionamiento, la voz encuentra una posibilidad de respuesta pues “Preguntar es responder”:
“Tal vez las oscuras musas
regresen a la memoria
del país de siempre cantar”.
Es quizá en este país de siempre cantar donde las musas cantarán el “silencio universal”, especie de estrella, espíritu o espectro al que se conectan los diversos hablantes y en donde otros ya han dicho las cosas como el autor provenzal citado al inicio de este escrito y que en su verso de nada tomó “palabras sin nacer” y “se mezcló malamente/ con el tiempo pasado que vendrá”.
Con estas últimas palabras de magistral dialéctica transhistórica, podemos citar un haiku del poeta nipón del s. XIX Shiki:
“Un murciélago
que vuela entre la noche
es ruido oscuro”.
El ruido y el silencio en su constante devenir dialéctico tienen tonos y colores que envuelven los pasos de este hablante con sus presuntas plumas detrás y sus presuntos lectores en el camino de Moebius. A todo esto el silencio es también estado de gracia pues en palabras de Moshe Ibn Yakov Ibn Ezra, poeta granadino del s. XI; ante la canción:
“en la asamblea de príncipes se aplaude
en la de los poetas se guarda silencio”.