La autocrítica aplicada a la reflexión sobre el 2 de Octubre
Escrito por Verónica Mastachi el 02/10/2024
Publicado originalmente en Trión.fm el 1 de octubre de 2018. Adaptado para Invencible Magazine en 2024.
Más de medio siglo ha pasado desde la trágica noche que apagó la esperanza en miles de corazones mexicanos. Decirlo así hace que parezca lejano, pero apenas son cincuenta y seis años los que nos separan del horror que gobernó la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, cuando se materializó la peor de las decisiones presidenciales en la historia de nuestro joven país. El tiempo es relativo cuando el recuerdo es parte de lo que mantiene la dignidad de las vidas que se perdieron y las que se marcaron en ese momento tan deshonroso.
Enrique Rubio Lara también era un joven de treinta años cuando se desempeñaba como secretario particular del secretario general en la Rectoría de la UNAM en 1968. Cumplió con las responsabilidades de su cargo durante el surgimiento del movimiento estudiantil, siguiendo de cerca esta serie de eventos lamentables manejados de manera muy pobre por las autoridades. El pasado 9 de septiembre de 2018 viajé a la Ciudad de México a entrevistar a mi tío Enrique Rubio para que nos narrara su punto de vista y su sentir sobre este momento histórico que no se olvida.
Verónica Mastachi: De lo que se trata esta entrevista, esta plática contigo, es que me hables de tu experiencia durante ese momento histórico que duele recordar pero que, a cincuenta años, vale la pena analizar. Tanto la lucha de los jóvenes contra la autoridad y el abuso, y la postura que México adoptó ante el ojo internacional en detrimento de los derechos civiles de los estudiantes.
Enrique Rubio Lara: Está muy documentado al inicio. El pleito en la Isaac Ochoterena y los de la Vocacional. A partir del inicio, todo mundo, gradual y velozmente, fue metiendo mano. Y el movimiento creció muy fuerte. Y creció muy fuerte como una reacción, ya lo dijiste, contra la autoridad. Toda autoridad.
A lo largo de cincuenta años, ha quedado claro que los organismos estudiantiles y los estudiantes eran una especie de «seres angelicales de la democracia», lo cual es un poco una exageración. Los mismos muchachos eran muy autoritarios. Muchos de ellos venían de las familias autoritarias. Por otra parte, la intencionalidad. Los propósitos de los jóvenes eran muy diversos. No eran homogéneos. Había entre ellos los mejores líderes. Eran gente de ideas socialistas. Una gran diversidad. De tal manera, que presentar el movimiento como un movimiento demócrata que sólo aspiraba a negociar el pliego petitorio no es cabalmente cierto. Ése era el instrumento bajo el cual se movían las cosas.
Del otro lado, el gobierno, a lo largo de todo el proceso, nunca encontró cómo copar con el movimiento en términos políticos, hasta llegar al desahogo mortal. En todo el proceso, el gobierno siempre fue atrás, mal, mezquino. No funcionaba. La atmósfera, ahora se antoja de carcajada, pero en esos días sí se creía que había una conspiración internacional. Estábamos en medio de la Guerra Fría. Esas cosas no eran broma. Sí existían, sí afectaban.
Todavía recuerdo que, a los días siguientes, el propio General Cárdenas dijo, «Hay fuerzas en el mundo que…», aunque él se pronunciaba por el mal manejo político y… Eso sí, por las matazones, nadie. Pero hay que ubicar todo esto, es lo que trato de hacer en esta charla. Sí había una atmósfera difícil, no era tan sencillita en ninguna de las partes. El funcionamiento del Consejo Nacional de Huelga, el CNH, era a prueba de balas. No entraba nadie ni salía nadie. Ahí llegaba alguien, al seno del Consejo, a decir, «Oigan, compañeros, ¿qué les parece si negociamos con el gobierno?» Pues no. Le daban una pamba.
Pasada una treintena de años, pude lograr en una conferencia que le preguntaran a Marcelino Perelló, el líder más afamado: ¿Ustedes estaban por negociar? «¿Cómo que por negociar?», contestó. «No. Nosotros estábamos para salvar el país. Para transformar a los seres humanos.» Pues estaban en el asunto más noble del marxismo. Pero, ¿cómo que negociar? Eso sí era una vacilada.
VM: Sí, negociar con la autoridad, con «los malos»…
ERL: No. Ése era el cuento. Iban y venían y hacían como que sí. Pero no. Y esos líderes, los más aventados, inteligentes, buenos oradores, dominaban. No a la fuerza. Por la fuerza de sus razones y su fuerza oratoria. Eran buenos todos ellos. Andando el tiempo, hubo personajes como Luis González de Alba, que fueron dejando por escrito, puntualizando, bajándole a las exageraciones, o algunas de las mentiras épicas. Pero un grupo de ellos hizo modo de vida que, hasta la fecha…
Entonces, ha sido en todo momento un acontecimiento mexicano muy importante. No cabe duda que ahí iniciaron, con conciencia o sin ella, yo tiendo a pensar que un poco sin ella, los movimientos pidiendo democracia a funcionar realmente. Ahí empezaron y en esas andamos. El asunto está en que hay que matizar qué pasó. Todavía hay muchos personajes, algunos muy ameritados, caray… No hay una autocrítica cabal. Y se van a acabar los testimonios de los jóvenes estudiantes, porque ya andan en los setenta y tantos. A ver cómo sigue la historia evolucionando y cómo va ajustando acontecimientos.
VM: Y la Universidad también se ha ido transformando, o los mismos estudiantes en la Universidad han ido modificando la manera en que la Universidad aborda las problemáticas de los alumnos. En ese momento, en el 68, la Universidad, desde Rectoría, apoyó al movimiento estudiantil, directamente y tajante. O sea, no fue algo como: «Mando un memo, o una circular, de apoyo, está firmado el documento.» No. Ahí estaba el rector, y ahí estaba la planta docente, los investigadores, los académicos.
ERL: Pero no nos perdamos. El rector baja, al día siguiente del bazucazo, a defender la autonomía universitaria. No es el apoyo a los estudiantes, así. Él bajó y, puesto que estaban los estudiantes ahí en ese mismo tenor y en esos momentos, sobre todo, se unieron. El día de la manifestación, el rector fue en defensa de la autonomía universitaria, y se juntaron muchos.
VM: Se juntaron las marchas…
ERL: Las intenciones. Además, no había otro líder de la magnitud del rector en ese momento. Cosa que le reclamaron las autoridades: “¿Por qué encabezas esto?” Imagínate a la Cámara de Diputados, declarando en contra del rector, defendiendo al presidente y al gobierno.
VM: Sí, y eso era mostrar una desestabilización hacia afuera, se notaba que algo estaba pasando aquí.
ERL: Entonces, esa marcha, en ese sentido, el rector la pagó caro, con su renuncia. Nada más que hizo una renuncia de tal manera redactada, que no se la pudieron aceptar. Pero de que la pagó, la pagó. No era fácil. No fue una épica. Fue un acontecer político muy duro, muy trabado. Había gente de muchos rangos entre los políticos. Quienes apoyaban ciegos al presidente y quienes intentaban encontrar modos de tratar con los jóvenes e incorporarlos… En fin, una enorme gama de opinión.
Si mal no recuerdo, muchas de estas actividades se hicieron, no ocultas, pero no públicas. No salían en el periódico. Entonces intervino gente como el presidente del PRI, apoyando a encontrar salidas, ayudar al rector y ayudar al gobierno, pues no estaba loco. Pero fueron intervenciones muy cooperativas, no pedían cabezas o cosas así. Estos acontecimientos y las intervenciones fueron verdaderamente importantes. Se movió todo mundo en esta ciudad. Poco a poco, aumentó el movimiento fuera de la ciudad. Pero poco. El movimiento fue un movimiento de la Ciudad de México.
VM: Tú estuviste en esa marcha que estás mencionando, ¿qué sentías en ese momento? Tú ya no eras estudiante.
ERL: No. Ya era maestro. Y funcionario de la Universidad. El rector era Javier Barros Sierra. El secretario de la Universidad era Fernando Solano, y yo era su secretario particular. Y, particularmente, ese día de la marcha, me tocó hacer cosas de chamba…
VM: ¿Guardia?
ERL: No, qué guardia. Ojalá. Por ejemplo, ir a localizar al Ejército. Y, luego, ir a decirle al rector que el Ejército estaba adelante, en Manacar. «Hable usted con el secretario general, o secretario de gobierno, del Departamento del Distrito», don Rodolfo González Guevara, meditado personaje político mexicano de izquierda. Pues voy a hablarle. «Oiga, don Rodolfo, le habla fulano de parte del rector. Los soldados están aquí y habíamos quedado que podíamos seguir hasta Félix Cuevas.» «Ah, qué caray… Hágame un favor. Vaya a ver al jefe del batallón, del destacamento, y dígale que se retire hasta Los Globos», que era un cabaret o restaurante, no me acuerdo bien, más atrás. Fui a decirle al coronel que decía don Rodolfo González Guevara… Comuníquenme con él… Y no había celulares, desde luego. Traían su radio, de esos grandotes que cargaban los soldados, entró la llamada, y yo le dije: «Oiga, los muchachos ya están a una cuadra y media de aquí. Si los llegan a ver, se van a azotar y se va a armar…» No dijo nada. Y, de repente, dijo, «Vámonos». Se montaron todos en sus vehículos y se fueron. Chambas de ese tipo. Yo estaba haciendo mi trabajo.
VM: Sí, claro. Eso me queda clarísimo. Además, en tu trabajo te tocó intervenir de una manera coyuntural. Porque, a lo mejor, si no hubieras estado ahí, o no hubieras cumplido la función a cabalidad…
ERL: O a un soldado se le ocurre darme un balazo…
VM: Estaríamos hablando de otra situación, un altercado que hubiera ocurrido ahí, ¿no?
ERL: La vida… Por ejemplo, cuando el Ejército entró en CU, dos veces tuve que ir a sacar gente que se había quedado allá adentro. Un mozo y una estudiante chilena, creo. CU vacía. Se oían las botas del capitán que me acompañó… En esas condiciones se me dio estar muy sereno. Y, entonces, funcionan las cosas. Le hablas al del Departamento y es un señor serenísimo. Don Javier es un hombre sereno. No pues así se pueden muchas cosas.
VM: La situación ameritaba la serenidad.
ERL: Sí. Así fueron las cosas. El movimiento moría. Estaba a punto, agonizante, cuando se les ocurrió hacer lo de Tlatelolco. Y a los otros locos, porque faltaban doce días para las Olimpiadas, se les ocurrió, yo no sé bien cómo estuvo ahí el asunto, pero pues acabamos con una pila de muertos.
VM: Y lo que se sabe es que, desde la mañana, estaban ahí los tanques rodeando la Plaza de las Tres Culturas por un lado, y poco a poco en la tarde fueron avanzando.
ERL: Sí, pero los muchachos no sabían nada de eso. Ellos iban llegando.
VM: Exacto. Y la gente que iba pasando por ahí. Y los que se iban uniendo. Los estaban convocando. Todo eso…
ERL: Los muertos. Y, doce días después, se sentó este país frente a la televisión a ver la inauguración de los Juegos Olímpicos, como si nada. Horrible.
VM: Tú, ¿qué sentiste? Me lo estás diciendo, pero, en tu corazón, en tu alma, ¿qué pasó?
ERL: Pues son dos reacciones paralelas. Reitero, muy emocional en aquellos tiempos no era yo. Entonces, la cabeza me mandaba cosas. Quizá lo que pensé se los dije a todos. Cómo, siendo Gobierno, no atajas esto, cómo no conversas con ellos… Pero no. Había unos principios que, otra vez, se antojan hoy de carcajada, pero en esos días no eran de risa. Todos los padres, antes de Tlatelolco, les decían a sus hijos que no fueran, que eso iba a acabar mal.
VM: Bueno, represión a movimientos sociales ya había habido en México… Obreros, hace años.
ERL: Sí, pero a los estudiantes, unas macanizas y se acabó.
VM: Exacto. Se sentían protegidos. Pensaron, «No nos van a hacer eso, no nos van a oprimir… No nos van a matar.»
ERL: Sí, no lo concebían… Pues pasó.
VM: Luego, treinta años después, hay otro movimiento en la UNAM. La huelga llevada a cabo por la cuestión de las cuotas, digo, yo sé que sabes de esa situación. Mi pregunta no es sobre tu opinión de ese movimiento sino el contraste que hay entre la personalidad del estudiante y el joven en el 68, al estudiante de la UNAM y el joven en los noventa, y ahora, que veinte años después está surgiendo una situación, que no tiene nada que ver con las anteriores, pero que, de cierta manera, en el 99 y ahora en el 2018, sí converge un elemento, que son los porros.
ERL: No. Lo que converge, el centro del asunto, es la autonomía universitaria. Porque, con los porros, ¿qué haces?
VM: No puedes hacerles nada.
ERL: Que los saquen. ¿Cómo los sacas? ¿Con la Fuerza Universitaria? Entonces tienes que organizar un equipo de Policía Universitaria fuerte y armada. A la hora que maten a tres porros, bueno… Hoy le dices a la fuerza pública: «Entra y saca a los porros estos, a como dé lugar.» Y el rector que haga eso, que invite a violar la autonomía universitaria… Ésa es la bronca, a lo largo de cincuenta años, y para atrás. Es la autonomía universitaria la que le da sabor y color a todas las broncas.
VM: Por eso, pero, en el 68, ¿había porros? ¿Había gente ocupando espacios así como los chicos que están ocupando El Ché?
ERL: Siempre ha habido porros. Pero no eran mayor problema. Lo que pasa es que ahora con el narco y con todo este enredo, pues ya las cosas se ponen muy difíciles. Es muy amplio.
VM: Sí, ahora tampoco quiero incidir demasiado en este asunto, pero ahora los padres les permiten todo a los hijos. Antes, a los 18 o 20 años se tenían que poner a trabajar. Como yo lo entiendo, por eso luchaban por la autonomía universitaria, por ese derecho.
ERL: Eso decían. Tú puedes dar testimonio de la rebeldía juvenil.
VM: Por supuesto.
ERL: Bueno, pues se cubren con algún rollo noble.
VM: Sí, y uno de chamaco le quiere abrir los ojos al mundo y todavía no nos madura el cerebro por completo.
ERL: Sí, en esas andan todos.
VM: Y, ahora, con drogas y todo. No que antes no las hubiera, pero ahora la situación es diferente, en cuanto al acceso y también hay muchísimos más chavos.
ERL: También hay otra cosa diferente. Los estudiantes que estudiaban, así se decía entonces, tenían clara conciencia que la Universidad era el modo de ascender. Ahora, tienen muchísima más apreciación por saber bien, por ser buenos en sus profesiones. Entonces, el choque es mayor. Los porros andan en un enredo, y los otros quieren estudiar en serio y ser los mejores en lo que hayan escogido. Saben lo que vale. Pues esto también ha variado. No sé qué vaya a optar el rector, pero así nos hemos echado a diez rectores.
VM: También es el peso de la memoria, de la historia. Uno no quiere tener eso sobre su espalda.
ERL: Eso. Y, a propósito del 68, se nos está olvidando que esto había nacido en Francia, luego en los alrededores de Francia, y en una universidad norteamericana, me parece que es Kent… Por eso decían los viejos políticos, «Es que esto nos viene de fuera.» Era muy cierto. Todos los muchachos de izquierda en Europa leían a todos los autores que ahí andaban. Nosotros, muchos líderes, y la gran mayoría de los estudiantes universitarios, no sabían nada. Qué iban a saber de Luckács… Era todo un enredo.
VM: Sí, es verdad que el compromiso con la preparación se ha hecho cada vez más laxo, lo vamos dejando.
ERL: Es un hecho. Que tienen muchas ventajas, no todas, pero las tienen. Y lo que viene, seguimos aquí discutiendo cosas del siglo pasado, imagínate. La robótica va hecha la raya.
VM: Sí, seguimos sobre ese discurso. Me decía un maestro en la facultad que la sociedad y la investigación avanzan a pasos agigantados, y la cultura va como gateando. Es un crecimiento geométrico y un crecimiento aritmético, o sea, no van a la par. Por eso seguimos arrastrando cuestiones como la discriminación racial o sexual, porque a la cultura le cuesta trabajo romper esas cadenas, precisamente porque la cultura se entiende en una concatenación de eventos, de hábitos y costumbres. Pareciera entonces que, y espero estar haciendo un análisis correcto, por el hecho de estudiar Humanidades, Ciencias Políticas, Filosofía, Historia, si en algún momento cuando estamos estudiando hay alguna coyuntura política, social como los 43 de Ayotzinapa o el #YoSoy132, nos veríamos obligados a estar ahí. Y el que no esté, es un vendido, de derecha, quiere un puesto o cargo político. O sea, sí hay una cuestión de identidad y de pose. Yo lo veo así.
ERL: Y de negocio. Es que no hemos hecho la autocrítica. Todo es intramuros. No sé mi facultad, yo estudié en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. No he vuelto. Por lo que oigo, digo, ¿en qué están éstos? Porque, si yo volviera a estudiar Ciencias Políticas y Sociales, sé que tienes que meterle duro a las tecnologías, al mundo virtual en esas materias. Pero si aquí siguen echando rollos, bueno pues…
VM: Sí, y su derecho es algo como tener un aula, para no hacer nada ahí. La asignación de delegados y representantes no se hace de manera estructurada, es decir, quieren hacer política sin saber de estructura política ni de ciencia política.
ERL: Ni de política. Saben de lecturas, pero no de sentarse en un puesto político. Ahora lo vamos a ver con mucha frecuencia en lo que viene. En el 68, en la Facultad de Economía decían de broma: «Aquí hay Contabilidad Marxista I, Contabilidad Marxista II…» Todo era marxismo. Vinieron los del ITAM y avanzaron, y ya despertaron los de la UNAM. Pero le invirtieron a eso un par de décadas.
VM: Quiero pedirte que nos des un método para hacer esa autocrítica de la que estamos hablando, que creo que ese también es el punto clave.
ERL: Algo muy importante. Yo, como tú, me abocaría a decir: ¿a quiénes voy a entrevistar? Para empezar, a los del 68, no vaya a ser que se me mueran dentro de ocho días. ¿Cuáles? Voy a intentar con todos. Haz tu lista. Hay uno muy ameritado que se llama Gilberto Guevara Niebla. A ese cuate lo quiero, lo respeto, pero es de los que dicen que puros santos había en el 68. Sabe carros de eso y de educación. Pregúntales a tus viejos de la facultad, ellos deben saber más. Hazte una lista y, si te salen cuatro o diez, no sé, cáeles de inmediato. Lo de hoy conviértelo en pregunta, por ejemplo, lo que hablamos sobre cómo se valoraba antes estudiar y cómo se valora ahora, Guevara Niebla va a saber mucho más. Y si tienes esas diez entrevistas, ya puedes hacer un librazo.
VM: ¿Verdad que sí? Pues, para empezar, el privilegio de haber podido entrevistarte, que es un sueño hecho realidad y agradecerte también. Qué te puedo decir.
Enrique Rubio Lara nació en la Ciudad de México en 1938. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, y fue subdirector de Estadística en el IMSS. Tuvo el honor de prestar sus servicios en su alma mater de 1968 a 1970. En la hoy extinta CONASUPO desempeñó los puestos de Gerente de Comunicación, Gerente de Filiales Comerciales, Coordinador Ejecutivo de la Dirección General y Director General de DICONSA. Disfrutó el gozo de servir como Director General del Instituto Nacional del Consumidor. Posteriormente fundó la empresa Consultores en Comunicación Social, S.A. Más adelante se desempeñó como Director General de Radio, Televisión y Cinematografía.