Un librero intocable
Escrito por Hortensia Carrasco Santos el 15/11/2022
Un librero, a veces, puede convertirse en un depósito de papel. En casa se vuelve un contenedor de historias. Los libros, sujetos a la madera, a la intemperie, estáticos, esperan ser tomados para dejar escapar sus olores y sus palabras.
En un librero, hay libros que se olvidan, que se dejan para después, otros, son prohibidos, como lo fueron para mí en cierto momento de mi infancia. En realidad, en casa no hubo muchos libros, puedo mencionar: El galano arte de leer, La plaza de puerto Santo, Entre tiras porros y Caifanes y La iguana Oberlús.
Los dos títulos con los que finaliza la corta lista, eran los libros prohibidos para mí. Una niña de segundo de secundaria no podía siquiera atreverse a hojearlos. La advertencia fue contundente: “estos libros tú no los puedes leer”. Así lo dijo mi hermano mayor, quien ya estudiaba en la FES Acatlán. Era la década de los 80.
De acuerdo con el libro Historia de la lectura en México, a finales del siglo XIX, se hacían publicaciones dirigidas a mujeres, es decir, no todo lo que se publicaba podía ser leído por ellas. Algunas de las publicaciones dirigidas al sector femenino eran el Semanario de las señoritas mexicanas o la Educación científica, moral y literaria del sexo bello. Aún en la época de Vasconcelos, se imprimían lecturas especiales para mujeres.
Y como lo prohibido siempre llama, a escondidas, yo me acercaba al librero intocable y tomaba el libro Entre tiras porros y Caifanes, del querido maestro Gonzalo Martré, en esa época yo no tenía idea de quién era el autor. Por fortuna, ahora lo conozco y tengo varios libros de su autoría.
La lectura que yo di a ese libro fue movida por la intensa curiosidad de descubrir porque estaba prohibido, que había en él que una niña de secundaria no podía leer, ni saber. Es por eso que no vi que es una novela que narra la situación política en México en la década de los 40, donde la policía seguía ejerciendo la represión contra cualquier ciudadano.
No vi, que retrata la vida porril y el ambiente arrabalero del entonces Distrito Federal. Y no los vi, porque yo buscaba lo prohibido, con un morbo pueril, seguía las acciones del personaje llamado el Chanfalla, hasta que me topé con una escena sexual y comprendí que eso era lo que no debía descubrir, lo que no tenía que saber.
En ese momento fue una decepción porque la escena no es ni siquiera tan explícita, como para escandalizarse. En cambio, con La iguana Oberlús, de Alberto Vázquez, fue distinto. Esa novela si me transmitió temor y terror, porque relata la vida de un hombre cuya apariencia es la de un reptil y que fue maltratado precisamente por su fealdad. En ese libro si hay escenas sexuales como la sodomía, que para mis años desconocía el significado de esa palabra.
El libro Entre tiras porros y caifanes estuvo mucho tiempo en ese viejo librero de la familia. Fue en el año de 2020, cuando lo descubrí en otro sitio (el traspatio de la casa), maltratado. Lo rescaté, lo leí desde otra perspectiva y ahora lo tengo en mi librero personal. El de La iguana Oberlús, no supe cuál fue su destino, desapareció del librero y lo volví a leer por ahí del 2017, porque uno de mis cuñados trabaja en el servicio de limpia y ese libro le salió de entre la basura.