En el Rancho Las Palomas, los productores aseguran que cada año trabajan “contra reloj”. Lo dicen para referirse a los cambios en el clima y a las variaciones en los ciclos de crecimiento que los obligan a ajustar sus procesos. Aun así, continúan con la producción que abastece a gran parte de la Ciudad de México.
Este año hay más de 36 mil árboles de Navidad listos para la venta en la ciudad, provenientes de 92 hectáreas de plantaciones certificadas en Tlalpan, Magdalena Contreras y Milpa Alta. Detrás de cada árbol hay años de trabajo, cuidados constantes y una cadena productiva que sostiene a comunidades enteras.
Algunos productores explican que los árboles “llevan energía”, una manera de referirse a que su duración depende también de las condiciones del hogar donde se colocan. Comentan que, al igual que cualquier planta viva, un árbol expuesto a ambientes estresantes se seca antes, mientras que en hogares tranquilos y con cuidados adecuados puede durar mucho más.
Benigno García, productor desde 2003, resume así su labor:
“Los árboles son como hijos. Hay que cuidarlos desde que son pequeños, cultivarlos y mantenerlos. Si se trabaja con cariño, las cosas salen bien”.
Su comparación busca expresar la constancia y disciplina necesarias para que un árbol alcance el tamaño adecuado para su venta.
Otro mito frecuente es la idea de que cortar un árbol de Navidad contribuye a la deforestación. Los productores aclaran que, en estas plantaciones, ocurre lo contrario. Mayra Sosa, especialista en silvicultura, lo explica:
“Ya no talamos; reforestamos. Hay un método llamado conjuntivo con el que, a partir de las ramas de abajo, se forma un nuevo árbol. SEMARNAT nos exige sembrar cinco por cada uno que se corta”.
Este proceso permite mantener la productividad y asegurar que el suelo no pierda capacidad vegetal.
También destacan la importancia de regresar los árboles al finalizar la temporada:
“Cuando termines de usar tu árbol, a mí me sirve si lo traes de vuelta. Lo convertimos en composta y regresa al suelo. No contamina 250 años como el plástico.”, señala Sosa.
Además del impacto ecológico, las plantaciones generan empleo para las comunidades rurales y permiten que las familias mantengan su actividad productiva. Este año, los productores recibieron un Boscares, reconocimiento otorgado a quienes protegen los recursos naturales. Lo consideran una validación a su trabajo, que suele pasar desapercibido.
Por ello, invitan a la ciudadanía a elegir árboles mexicanos, legales y certificados. Para ellos, no se trata únicamente de una tradición navideña, sino de participar en un ciclo que contribuye a la conservación del bosque y al sustento de quienes lo trabajan.
En medio del deterioro ambiental y de los retos que impone el cambio climático, estas plantaciones continúan como una forma activa de reforestación y manejo sustentable. Aquí, la Navidad representa también un esfuerzo por mantener vivas las zonas forestales de la capital.