
Kowagaranaide. Ciclo de Terror japonés en la Cineteca Nacional
Escrito por Ulises Paniagua el 27/07/2025
Hace años, ejerciendo el bello oficio de escribir historias de terror me di a la tarea de conocer otras cosmogonías, otras mitologías del miedo. Me hallaba un tanto fastidiado del tradicional asunto de apariciones de monjes y posesiones diabólicas según el imaginario católico. Por su parte, las leyendas populares, que se han repetido de forma interminable dentro de nuestro país, me condujeron al hartazgo.
Así arribé al horror japonés. Y quedé fascinado. Descubrí de este modo la figura del “reikon”, una de las presencias más asombrosas. El “reikon” es una especie de desdoblamiento de uno mismo, un espíritu capaz de aparecer ante familiares y seres cercanos que, a diferencia de un espectro tradicional, se muestra mientras un enfermo agoniza; es decir que se trata del fantasma de una persona viva, una construcción de lo sobrenatural diferente a la que estamos acostumbrados (generalmente, el “reikon” aparece como un presagio, busca dar aviso de un hecho funesto). También, por este camino, arribé a Aokigahara, el “bosque de los suicidas” místico y atemorizante, un lugar lleno de ecos, de psicofonías y de espectros de quienes decidieron arrebatarse la vida entre los árboles, en medio del silencio. Desde estas visiones escribí un par de cuentos.
El cine oriental, a fines del siglo pasado y una vez iniciado éste, sufrió un boom, un auge que nos hizo mirar hacia allí. La cinematografía de aquellas regiones nos sacudió con películas brillantes como “El ojo” (Gin gwai), realizada en Honk Kong por los hermanos Pang; o “Dos hermanas”, cinta surcoreana de 2003 bajo la dirección de Kim Ji-Woon. Las versiones norteamericanas de “El aro” y “The Grudge” (La maldición), me condujeron a sus orígenes, es decir, a las espectaculares cintas japonesas “Ringu” (1998) -una adaptación de la novela de Koji Suzuki, dirigida por Hideo Nakata-; y a “Ju on”, escrita y dirigida por Takashi Shimizu. Dos películas que en su momento generaron verdaderas pesadillas.

Es por ello que, al saber que habría un ciclo de terror japonés en la Cineteca Nacional, virtualmente corrí a comprar los boletos que estuvieron disponibles dentro de las varias funciones -y que por cierto se agotaron en cuestión de horas-. Los fanáticos se volcaron hacia las entradas. Así, sólo puedo escribir la reseña de tres películas de esta muestra, lo que, aunque en número limitado me permite ejercer un paseo temporal por el universo tétrico del sol naciente.
La primera cinta que pude ver fue “El fantasma de Yotsuya” (1959), una historia de traición, asesinato y venganza fantasmal; relato que se puede considerar el más famoso entre las historias japonesas de este tipo, que fue adaptado cinematográficamente por Nobuo Nakagawa. La segunda peli es “El clan Inugami” (1976), de Kon Ichikawa, una adaptación del best seller de Seishi Yokomizo, donde se muestra a Kosuke Kindaichi, uno de los más célebres detectives de Japón, según entiendo. Finalmente, acudí a disfrutar de “The complex”, de 2013, una realización de Hideo Nakata, maestro del género, bastante interesante en honor a la verdad.
Es cuanto a ello, si bien las películas que pude ver fueron de menos o más, debo reconocer que en conjunto no fueron exactamente aterradoras como se esperaba, a excepción de “The complex”. Lo que sí es positivo es que poseen cosas muy destacadas. Es el caso de “El clan Inugami” (1976), una pieza del misterio al más puro estilo de Alfred Hitchcock, en versión oriental. Una joya. Aunque, si bien es una reliquia del suspenso, está lejos de lo paranormal o lo sobrenatural (escuché críticas del público al respecto, al dejar la sala). Pienso que la Cineteca pudo titular a este ciclo “Cine de terror y suspenso japonés”, algo más apegado a la verdad.

Por su parte, el clásico “El fantasma de Yotsuya” (1959), es un espléndido ejemplar de arqueología cinematográfica. Es magnífica como reliquia para los amantes del género, aunque, en cuestión de horror, comparada con las cintas japonesas contemporáneas puede quedar a deber. Hay en ella, eso sí, elementos valiosos que imitará de forma posterior el cine hollywoodense -y sospecho que de manera periódica, el cine mexicano-: la lluvia en los estanques, los espíritus que emergen del barro o los pantanos, y mucha sangre, salpicaduras en pantalla -incluso en los créditos-, lo que nos hace rememorar ciertos recursos de Quentin Tarantino, o la escena final, ya épica, de “Carrie” de Brian de Palma (1976).
Es curioso, a la vez, que en estas dos primeras cintas hay una cierta repulsión a la deformación de los rostros, a las cicatrices provocadas por la guerra, los incendios o el veneno ¿Se trata de temores arraigados con los sobrevivientes de la bomba atómica, a quien un sector de la sociedad consideraba monstruos por su apariencia y el supuesto riesgo de contagio que representaron? Es probable.
El humor está presente en los filmes. Pareciera que, como una costumbre es importante elaborar, a ratos, diálogos ingeniosos, simpáticos, para contrarrestar el grado de tensión. No puedo dejar de apuntar, a la vez, el machismo implícito en “El fantasma de Yotsuya”, quizá porque se trata de una leyenda antigua, donde es posible ver a verdaderos machos nipones que en lugar de pistolas usan espadas y en lugar de bigotes portan coletas, quienes ejercen una opresiva violencia sobre las mujeres (cuya principal virtud pareciese ser la docilidad, el convertirse en objetos). Eran otros tiempos, por supuesto.

Es importante anotar que “El clan Inugami” (1976), demuestra narrativamente grandes innovaciones, sobre todo en la reconstrucción de la historia a base de ágiles flashbacks adelantados a su época. Contiene, además, una escena en contraste que podría ser el antecedente de la mítica “Sin City” de Robert Rodríguez (2012). Una escena en claroscuro, en verdad de una estética innovadora, bella.
En cuanto a “The Complex” de Hideo Nikata (2013), considero que es el caso más apegado al género. Su acción se desarrolla en un conjunto habitacional embrujado, una verdadera leyenda urbana de Tokio. Me gustó, en definitiva. Es una película donde aparecen de todo: un “reikon”, reinos sumidos en el subsuelo, misterio, y mucho drama humano. “Los fantasmas no viven en lugares, viven en el corazón de las personas”, dicta un diálogo del film.

Así, el ciclo de terror japonés organizado por la Cineteca Nacional ha sido un éxito -a pesar de los pequeños detalles-. Es una lástima que las localidades estén agotadas, porque de otra forma haría la recomendación de acudir a verlo. El cine que se muestra, es importante recalcarlo, dio origen a admirables cintas japonesas del terror contemporáneo como lo son “Confessions” (2010), de Tetsuya Nakashima; y “Joyû-rei (No mires arriba. La actriz fantasma)” -de 1996, con su remake de 2009-, también de Hideo Nakata. En verdad es una lástima que no puedan ver el ciclo realizado del 15 al 27 de julio, al menos en una sala de cine. Les hubiera encantado la experiencia, -aunque no estoy seguro de que les hubiera atemorizado, pues, con sinceridad, el cine del Japón de hoy ahonda en miedos más oscuros-.
De cualquier modo, les diría: Kowagaranaide, “No tengas miedo”. Y sería verdad: cada sobresalto ante la pantalla, incluso por histórico, vale la pena. Por lo pronto pueden buscar estas películas en diferentes plataformas, y por su cuenta.
Jaa ne. Sayunara. Dejen encendidas, esta noche, las luces de su habitación.
Columna: Eterno Navegante.


Los Casos Sin Resolver del Detective Enigma

Sueño de una noche de Teatro en la entrega de los premios ACPT 2025

El Tormentón

Desde el Caparazón de la Tortuga: Danza, teatro y circo en una aventura inolvidable inspirada en Momo de Michael Ende

Cinco discos para apreciar a The Brian Jonestown Massacre
También te puede gustar
Continuar leyendo

