Breves apuntes literarios sobre Ignacio Ramírez
Escrito por Roberto Lizarraga el 21/02/2024
Se podría decir que de entre los escritores mexicanos del s. XIX, sorprende que se le tome tan poca atención a un autor de la talla de Ignacio Ramírez, sin embargo, la sorpresa se diluye cuando nos aproximamos a la vida y obra del “Nigromante” y advertimos que, dado el tamaño de sus alcances intelectuales y su estatura moral, Ignacio Ramírez es un personaje, al menos hasta cierto punto incómodo, un espejo en el que nuestra Intelligentsia no desea mirarse o confrontarse.
En su faceta de escritor José Ignacio Paulino Ramírez Calzada fue autor de algunos cuentos, ensayos y poemas en los que podemos encontrar textos, no solo de una gran amenidad enmarcados en el costumbrismo y naturalismo de la época sino que podemos asomarnos a las inquietudes intelectuales del Nigromante, así como a sus preocupaciones sociales al tiempo que encontramos un afán pedagógico en nuestro autor, que por otro lado fue también fundador de la Biblioteca Nacional.
El cuento “La Estanquillera” es la narración acerca de una jovencita de gran belleza pero de condición económica humilde que se dedica a un oficio que en nuestros días nombraríamos simplemente como vendedora ambulante pero que en tiempos pretéritos tuvo el nombre que da título al cuento, en el caso de la protagonista, ella vende principalmente tabaco.
Más que un relato de estructura tradicional, con el clímax y el fin de una aventura, nos encontramos ante un retrato costumbrista en el que discurren tanto la descripción del oficio como el carácter moral de la protagonista en su día a día, la cual como se menciona en el relato, “debe ser joven, hermosa y decente” la juventud es para ejercer el oficio, la hermosura para atraer clientes y la decencia implica la fidelidad y entrega para con el oficio.
La Estanquillera es lo mismo odiada por las mujeres que amada por los miembros del sexo masculino quienes le dejan cartas y le manifiestan su admiración de diversas maneras, es desdichada pues además de pobre, es vilipendiada a pesar de su virtud debido a que en palabras de la protagonista “el mundo interpreta como malo todo lo que observa en las jóvenes, que se separe un tanto lo que esperaba encontrar en ellas”. En eso sale a colación el tema de las botas, las cuales habían sido heredadas de su padre, un veterano de la guerra de Independencia pero por las que había recibido calumnias como el que estas pertenecían a un oficial que acostumbraba concurrir al estanquillo.
La persona que difama a la Estanquillera lleva el nombre de doña Petra y según las palabras de la protagonista, es todo menos un ejemplo de virtud pues no solo paga el cariño de los hombres sino que es capaz de prostituir a su propia hija.
“¿Sabéis quién es doña Petra? Figuraos una vieja con peluca sobre la frente y carmín sobre las mejillas y que tiene interpolados sus dientes con los ajenos; pues esa es doña Petra”. En estás líneas vemos que la Estanquillera ve en doña Petra a una auténtica personificación de la falsedad y la mentira.
En el relato se advierte una entrevista entre la voz narrativa y la Estanquillera con un litógrafo presente que a su vez es vecino de la protagonista, este último se dispone a realizar un bosquejo de la heroína.
Se puede decir que la Estanquillera es una representación de la virtud en la que la protagonista impone sus valores teniendo todo en contra; debemos recordar que en el s. XIX no era muy bien visto que una mujer trabajara por lo que si esta además era bella, era víctima de todo tipo de habladurías y suspicacias. Por otro lado es posible hallar en el relato momentos de gran lirismo como por ejemplo:
“La estanquillera como la tierra, tiene permanentemente la mitad de su cuerpo en las sombras de la noche, y la otra mitad coronada por la luz del día; es una planta cubierta de flores, pero que arrancada de su terreno descubre raíces descoloridas y barrosas; es, en fin, una sirena mitad diosa y mitad pescado, pero gracias al cielo pasándola por un baño y por la casa de una modista, fácilmente se despoja de sus repugnantes escamas”.
En el caso de “El Jugador de Ajedrez” estamos ante un texto algo extraño, el cual inicia con un poema a modo de proemio, de dieciocho cuartetas en octosílabo con algunas estrofas en rima asonante, en el segundo y cuarto verso. El proemio poético nos sitúa en un café a las doce de la noche y nos da una visión de la jugada llevada a cabo por D. Roque Rey sobre quién leemos este extraño escrito, a caballo entre la poesía, el cuento y el ensayo.
El texto comienza con la pregunta acerca del origen del célebre deporte-ciencia, el cual nos lleva por un viaje en el que pasamos al río Ganges con el astrónomo Sissa y el imperio de la antigua China, a Thot y Palámedes como posibles creadores del juego hasta llegar al rey Alfonso el Sabio pasando por los héroes de la guerra de Troya, evocando poemas bien en lengua griega o latina, bien en lengua hebraica o castellana.
De la leyenda y la historia, el Nigromante pasa al tablero y las fichas, “He aquí el tablero; examinadlo bien: como las noches y los días, se alternan sus casillas blancas y negras, símbolo de qué no se debe abandonar el juego ni de noche ni de día”. Lo cual recuerda a un templo, figura simbólica que del edificio trasciende al interior del hermano, y que de manera alegórica no debe abandonarse, aún en el mundo profano. Al mismo tiempo podemos pensar en el mundo con sus claros y sus oscuros, y en general sus vicisitudes de todo tipo, en el que debemos estar siempre alerta lo mismo que el jugador de ajedrez.
Del tablero, pasamos a leer las características de las fichas en las que nuestro autor elude toda pesadez del lenguaje técnico mostrándonos las posibles jugadas a modo de imágenes y metáforas como son el caso de la reina a la que nos presenta como una mujer hermosa quien tiene como arma la coquetería y cuyo dancístico paso es en ocasiones recto, en ocasiones oblicuo; al caballo dando pasos en forma de caracol y al peón con su fuerza en base a su número y tenacidad, siendo capaz como los poetas de moverse en pos de una esperanza a la vez de poder convertirse en reina. Ignacio Ramírez también nos presenta a la torre como un castillo encantado que describe en los aires una línea recta.
Pieza tocada pieza jugada, a continuación, pasamos por la descripción de algunos gambitos como es el caso del primero que mostramos a continuación:
“Blanco – El peón del rey, dos casillas adelante; no puede para atrás.
Negro – El peón del alfil del rey, dos casillas. ¿Lo veis?”
En el s. XIV el erudito italiano Jacobo de Cessolis escribió el libro “El Juego de Ajedrez” en el que propone una visión del juego como una alegoría de la sociedad, Ignacio Ramírez propone una visión poética que toma en cuenta a la sociedad, cuando menos a la colectividad, al hablar del peón como un ente capaz de tener a la esperanza como un motor, a la vez de poner en escena una boda como juego alegórico del ajedrez, esto en una serie de estrofas de cuatro versos en hexasílabos con versos rimados ABBA.
Si bien en la época en qué Ignacio Ramírez escribió el texto ya en Europa se había comenzado un cuestionamiento sobre las formas estéticas, a partir de los trabajos del grupo Sturm und Drang en Alemania, era todavía moneda corriente que un texto era o bien poema o bien cuento o bien ensayo, la fusión de géneros no era aún algo muy común, aunque es en la segunda mitad del s. XIX que surge el poema en prosa con Aloysius Bertrand llegando a su cumbre con Charles Beaudelaire.
Aún en nuestros días somos buenos para desafiar las convenciones en consignas pero rara vez en los hechos, como textos que van a medio camino entre diversos géneros podemos citar algunos trabajos del periodo de la vanguardia del s.XX, como serían textos de Paul Éluard André Bretón, List Arzubide, Vicente Huidobro o Cyrill Connolly.
El tercer y último texto del cual queremos hacer mención se trata del “Discurso sobre la Poesía Erótica de los Griegos” en el que empieza por hablar de la mitificación por no decir idealización en el que hasta esa época (y de hecho hasta la nuestra) se había tenido a los pueblos indoeuropeos que poblaron esa particular zona del mundo donde se juntan el Mediterráneo, el mar Negro, Oriente y Occidente.
Hasta la fecha cuando pensamos en la Grecia Clásica tendemos a imaginar un mundo en harmonía en el que donde no vemos discusiones filosóficas, vemos estudiosos disertando cuestiones matemáticas, astronómicas o de poesía.
Ignacio Ramírez cuestiona el hecho de que se pensaba que los griegos no habían conocido lo sublime del amor, idea al parecer común en su época, eso quizás por cierta influencia del romanticismo a la vez que el patriarcado en la vida pública fue llevado de Asia a Europa por los pueblos helenos, concepto que por aquella época empezaba a ser común al encontrarse la relación del griego con otras lenguas como el sánscrito o el persa; es posible que está idea haya contribuido de manera paradójica a ver al pueblo en cuestión como no tan avisado en los asuntos poéticos de Eros y Afrodita.
El Nigromante nos habla de las costumbres que tenían las mujeres en la Hélade de acuerdo a su status las cuales incluían el ejercicio físico y vemos que había una fuerte educación en la que incluso una cortesanos podía llegar a tener un gran poder político haciendo de su actividad una suerte de sacerdocio.
Los griegos, nos comenta Ignacio Ramírez evitaban el ridículo, aún con sus amantes por lo que podemos vislumbrar en una erótica de gran sutileza, nuestro autor hace cita de un breve poema de autor anónimo:
“¡Ay! Desde la frente al pie
Desnuda he visto a mi bella.
¡Cuántas flores! – ¿Quién es ella?
-Eso sí no te diré”.
En una sola estrofa alcanzamos a divisar no solo la admiración ante la belleza de la amada, sino que la voz lírica en un afán de discreción, coloca un velo de misterio ante su público por la identidad de a quien están referidos los versos.
La Grecia Antigua fue una sociedad en donde los matrimonios estaban la mayoría de las veces arreglados en base a las conveniencias de las familias involucradas, eso sin embargo no era obstáculo para que él erotismo aflorara y que la mujer tuviera su propia esfera de expresión y desarrollo. Ignacio Ramírez comenta:
“Desconocen a la mujer los que se imaginan que en ese género de vida perdía sus instintos de agradar y la dignidad de su sexo; y la compadecen como una esclava titulada de esposa, afeándose y embruteciéndose entre las labores domésticas. La mujer no tiene más que dos enemigos, la miseria y la superstición; en todas las demás situaciones de la vida ella sola se ennoblece. Siempre aspira a dominar y le sobran armas para conseguirlo”.
Palabras muy interesantes ante la concepción de la mujer como un ser inmaculado a la vez que indefenso e incapaz de toda maldad, al respecto podemos reflexionar que en la antigüedad aún en sociedades patriarcales y machistas se humanizó a la mujer de tal forma que la exaltación se volvió de una poética a una teología, se le divinizó a partir de sus virtudes sin dejar de tomar en cuenta sus defectos, contrario a una tendencia que nos lleva a ver a la mujer como permanente víctima incapaz de maldad, sagacidad y peor aún, de inteligencia.
Ignacio Ramírez nos dice que los bardos de la antigüedad helénica se presentaban con su lira solo en las solemnidades religiosas y en convites privados, en donde las cortesanas eran a la vez musas y poetisas; en su texto nos regala la siguiente estrofa de Rufino:
“Verte en el baño me agrada.
Pidamos a el agua pura
Yo vigor, y tú hermosura,
¡Oh Prodicea adorada!
Y de flores coronada,
Vierte en la ancha copa, vierte
El vino espumoso y fuerte.
¡Gocemos! corta es la vida.
La vejez viene, ¡oh querida!
Amamantando a la muerte».
Nuestro autor nos regala más estrofas de autores como el mismo Rufino o Mosco diciéndonos a la vez que los griegos espiritualizaron el amor a su modo, sin embargo, cierra su texto con una sentencia que podríamos llamar profética:
“Las grandes pasiones jamás ven su objeto en la realidad; se inventan un prisma para contemplarlo: ese prisma en los intereses comunes de una nación, se llama patriotismo; en los horrores de la guerra, gloria; y en las uniones sexuales, felicidad. Los poetas modernos cifran su felicidad en la palabra: prefieren el prisma al sol que le engalana con sus colores. Sin embargo, ved con indulgencia, os repito, a la Erato de los helenos, siquiera porque cuando se realice la emancipación de la mujer tendréis que cambiar vuestro material de guerra”.
Finalizo esta entrega con un postcriptum dedicando un poema a Ignacio Ramírez “el Nigromante”:
Postscriptum
Treceada para Ignacio Ramírez
Lleva el albañil el bloque
que es parte del templo; toque
del muro y la letra; ciencia,
firme biblioteca; ley
que otorga justicia; grey
para quien buscó consciencia,
dar en humildad; sapiencia
para las columnas, techo
del país, ¡la patria!; pecho
de fortaleza en zafiro,
por dignidad, sol, papiro;
constructor en santo lecho.
Por Oriente, Nigromante.
Columna: Glifo de Nube