
Desde el corazón del barrio: Tepito es para el mundo
Escrito por Ulises Paniagua el 21/07/2025
Carlos Fuentes comentó alguna vez: “Destruimos al otro cuando somos incapaces de imaginarlo”. Es verdad. Una de las grandes aportaciones críticas que se puede hacer al mundo contemporáneo consiste en debatir la idea de “progreso”. En realidad, el progreso no existe, (como lo anoté alguna vez en uno de mis ensayos). El progreso es una idea, una construcción occidental que ha servido durante, al menos tres siglos, para hacer una venta indiscriminada de maquinaria y tecnología (que han promovido la destrucción de la naturaleza), lo que nos tiene al borde del colapso.
Este fenómeno progresista, llevado a lo urbano, se manifiesta en la depredación inmobiliaria del patrimonio histórico, de edificios y espacios de la memoria que han sido y continúan siendo devorados por la matrix capitalista. La ciudad va cediendo ante la presión violenta de los grandes capitales. Tepito no. “Tepito existe porque resiste”. Si bien ha ido sufriendo modificaciones al paso de los años, éstas no han logrado que el barrio deje de ser un bastión heroico ante los efectos exteriores. Tepito es un barrio de grandes procesos socioculturales, de fuertes vínculos que se establecieron desde tiempos prehispánicos: una comunidad sólida, orgullosa de “ser y estar”. Como dice un mural de Acción Poética Tepito: “Lo vi, y me dije de aquí soy”.
El lugar tiene una historia profunda. Y posee misterios. Nadie sabe con certeza el origen del nombre de Tepito. Algunos lo atribuyen a su catalogación en el imaginario como barrio bravo, de tal modo que se cuenta que la gente solía decir: “si veo a la policía, te pito”, es decir, silbo para avisarte. Sin embargo, en una novela cronística de Armando Ramírez, de 1975, esta versión se modifica. Allí, en vez de la gente, eran los policías los que solían decir te-pito:
“La leyenda cuenta que eran dos policías asustados por tener que hacer sus guardias en el barrio bravo, por lo que llegaron al acuerdo de que uno y otro se avisarían si algo les pasaba: “si me pasa algo te-pito, te-pito, te-pito. Si me veo en peligro te-pito, te-pito, te-pito. Si me quieren robar te-pito, te-pito, te-pito. Si me quieren violar te-pito, te-pito, te-pito” (Ramírez, 1975: 25)”
Es más probable la versión que establece que el nombre proviene del náhuatl Teocaltepiton, construcción que se conforma de las raíces teocalli (templo), y tepiton (pequeño), es decir, el “templo pequeño”. O bien, la otra anécdota que cuenta Armando Ramírez, quien menciona la Parroquia de San Francisco de Asís que se ubica en el centro del barrio y a la que, para diferenciarla de la Parroquia de San Francisco de Asís ubicada cerca del Zócalo capitalino, se le añadió el nombre de Tepito que, como se menciona arriba, se relaciona con pequeño, enfatizando que se trata de la Parroquia de San Francisco de Asís la pequeña.
Lo cierto es que Tepito, al norte del centro, al igual que la Merced al oriente del propio centro, o una parte de la colonia Guerrero al poniente, eran considerados barrios de indios, por lo que fueron espacios marginales con relación a la ciudad española, que era el casco histórico como tal, donde se encontraban los conventos y palacios. En este sentido, Ernesto Aréchiga (2012) apunta que los cronistas de finales del siglo XIX y principios del XX destacaban los aspectos negativos de estos barrios. Una crónica que destaca es la de Mariano Azuela, quien narra cómo una mujer de provincia llega a Tepito, donde se transforma en la Malhora:
“una ebria mujer que va de pulquería en pulquería cayendo cada vez en una abyección más profunda hasta encontrar la muerte de un modo violento” (Arechiga Córdoba, 2012: 153)”
Por estas mismas atribuciones de cierta peligrosidad, durante mucho tiempo se tuvo la idea de que ingresar a este territorio se hacía bajo riesgo propio, a menos que uno fuese acompañado de alguien que conociera los códigos urbanos del barrio (en algunas calles tal vez esto sea cierto). Quizá por eso, por la visión desde adentro, los mejores pasajes sobre el lugar provienen de un propio tepiteño, el ya mencionado escritor Armando Ramírez. Este autor publicó al menos tres novelas que comparten la épica barrial: “La tepiteada”, una especie de odisea por pulquerías, cantinas y calles de bajos fondos del sitio. “Chin Chin el Teporocho” (1972), que describe las aventuras de un alcohólico que frecuenta las vecindades y la marginalidad entre puestos ambulantes y tienditas; y la novela “Crónica de los chorrocientos mil días del Barrio de Tepito” (1977).
Así Tepito, desde luego, no sólo porta el vínculo clandestino que se le atribuye. Lejos de ello, también se constituyó en un valiente bastión de la historia popular de los “chilangos”; una representación del capitalino auténtico, además de poseer un universo particular de la cultura urbana de la CDMX. El barrio aquí es bravo, pero también es redención: “te saca del vicio” para convertirte en boxeador; hace que los hijos de los comerciantes logren su carrera, consigan una vida con menos dolor. “Es un orgullo ser mexicano, pero es una bendición ser de Tepito”, como dicta una placa colocada en una de sus calles por el año de 1993.
“Tepito bufa”. En este sitio han nacido, o al menos habitado durante algún tiempo personajes sobresalientes del medio musical: Paquita la del barrio; del medio deportivo (Cuauhtémoc Blanco); del periodístico (Ricardo Rocha); o del literario. Tepito también ha contado con la presencia de estrellas del mundo del box, como es el caso de Raúl “el ratón” Macias, Marco Antonio Barrera, el “Kid Azteca”, y Rubén “Púas” Olivares; y de luchadores (El Santo y Huracán Ramírez, quienes vivieron en el barrio un tiempo). Este lugar es el epicentro, además, de un famoso movimiento cultural que nació en los años setenta del siglo XX y que fue conocido con el nombre de “Tepito arte acá”. En cuanto a las figuras cinematográficas tepiteñas, se cuentan en la lista a los cómicos Adalberto Martínez «Resortes» y Marco Antonio Campos «Viruta».
Mario Moreno “Cantinflas” radicó allí también alguna vez, aunque ese no fue su lugar de nacimiento (nació en Santa María la Redonda, cerca de “Tepis”).
Por ello, para comprender a Tepito desde sus adentros, desde los propios claroscuros, desde los mismos cimientos de su historia y su microhistoria, es que artistas y vecinos, en conjunto con la Galería José María Velasco (ubicada en el ombligo de Peralvillo) montaron una estupenda exposición para exaltar las glorias del lugar. La expo se titula “Desde el barrio”; y muestra distintas intervenciones artísticas que incluyen la pintura, la fotografía, el dibujo, la escultura y el arte de hacer zapatos. Una muestra magnífica que incluye a cerca de veinte artistas nacidos en este emblemático y fantástico sitio. Entre estos nombres están los del fotógrafo Alan Carranza, el pintor Daniel Manrique, y los artistas Diego Cornejo Choperena, el colectivo Tepito ArteAcá, Luis Arévalo, Armando Ramírez, Lizzette Charlote, Ariel Torres, Eriko Stark, Alfonso Zárate y Julián Cevallos. Hay de todo, desde tanques de gas a modo de cerámica, dibujos y cuadros que muestran la crudeza de “la rata”, la miseria y el sexoservicio, hasta tenis Air Jordan y camisetas del propio basquetbolista tallados en madera (una maravilla).
Bajo la premisa de que “Tepito no se explica, se vive”, esta exposición busca reivindicar la herencia, el presente y las posibilidades de transformación del barrio, con el objetivo de ofrecer al público un panorama del arte tepiteño contemporáneo, a través de sus principales representantes y de artistas emergentes. Las dinámicas barriales, la vida cotidiana de sus habitantes y los procesos de construcción de memoria e identidad se expresan en esta exposición articulada a través de tres núcleos temáticos:
- “El pulso de una historia viva”, que reúne obras, documentos y memorias sobre la historia cultural de Tepito.
- “Entre oficios y talleres”, que aborda los saberes presentes en la vida cotidiana del barrio (como los oficios y las prácticas gráficas, sonoras y visuales); y
- “Umbrales de reexistencia cultural”, que abre un espacio para imaginar otras formas de habitar y resistir a través de la creación artística.
La curadora de la muestra, Grecia González, comentó que las y los visitantes podrán encontrar “ese mundo perdido que para muchas personas es como un tesoro. Hablamos de aquellos talleres y oficios que aún perduran entre las vecindades antañas y resisten el paso del tiempo, en el mero corazón de la Ciudad de México”.
Aparecen en la muestra personajes relevantes. Tenemos al ratón Macías, por ejemplo, todo un símbolo para los habitantes, imagen que resignifica la práctica instaurada el siglo pasado de practicar el box para alejarse del crimen y el vicio (lo que se resignifica con guantes colgados en las paredes y fotografías al respecto). Aparece a su vez Lourdes Ruiz, “la reina del albur” -por desgracia ya fallecida-, una maestra en la práctica del “caló” (“jerga” que se supone del siglo XVI en España, arribada a Tepito en el siglo XIX y que se atribuye en su origen a los delincuentes). Se encuentran muestras y fotos de Luis Arévalo, el más famoso y pulido zapatero del barrio (una leyenda del oficio); así como una pintura que recuerda a una famosa santera junto a sus tres perros.
Mención aparte merece el pintor David Manrique, un personaje fundamental en la historia cultural de las décadas recientes, una figura identitaria y social. Manrique fundó y encabezó, juntó con escritores como el propio Ramírez y el poeta Roberto López Moreno, el grupo “Tepito arte acá”, movimiento artístico que surgió en la década de los años setenta en México, enfocado en la intervención plástica en las calles de Tepito, y que busca la reivindicación del barrio a través de la creación de murales y obras artísticas que reflejan la cultura y la identidad local. De Manrique tenemos dos cuadros de gran formato.
Se trata de un evento único. Si quieren disfrutar de esta exposición, “es hora de tirar barrio” y visitar la galería José María Velasco, ubicada en Peralvillo 55, Colonia Morelos, Centro Histórico. Les recomiendo llegar por Reforma. La muestra estará disponible hasta el 3 de agosto. Claro, hay que ir con ligeras precauciones, a sabiendas de que no es del todo un paseo turístico.
Luego se puede beber, si así se quiere, un “pitufo”, un “azulito”, una “gomichela”, ricos brebajes que nacieron por allá. Si no hay dinero, pero sí confianza con el vendedor se puede preguntar: “¿Me las das Fiat?”, ¿Sí? Entonces que sea un Dodge”. Claro, que eso habrá que hacerlo a ritmo de reggaetón, en medio del ambiente, los sonidos, los códigos de la calle. Tepito existe porque se viste de gala. Es un gran barrio. El Rey de los pobres. Vayan a conocerlo. Y si ya lo conocen, vayan a “veintidós”. “Total, ¿qué tanto es tantitito?”.


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