Juguetes Rotos, sobre la represión de la identidad sexual
Escrito por Luis Ibarra el 18/06/2022
El 11 y 12 de junio se presentó la obra Juguetes Rotos en el teatro de la Ciudad de México. Una obra que trata sobre la transexualidad en la España franquista. Es una mirada a aquellas personas que tuvieron la decisión de convertirse en mujeres y a aquellas que no pudieron hacerlo, por el temor a una sociedad que dictaba cómo debía ser un “hombre”. Sin embargo, los problemas que aborda siguen siendo igual de vigentes en nuestro tiempo, así que, más que una mirada al pasado, se siente como una crítica al presente.
Mario (Nacho Guerreros) es una mujer en busca de su libertad que se encuentra sumergida en la España de los años 60 y 70. El antagonista es el pueblo, es la sociedad y es él mismo, que no se permite ser ella. Esto toma un giro cuando Dorin (Kike Guaza), una mujer transexual, divertida, extrovertida, casi como salida de una película de Almodóvar, entra a su vida.
La historia empieza con un trágico final y mediante los recuerdos de Mario entendemos cómo fue que llegó ese momento. El mismo Kike Guaza interpreta a varios personajes que forman parte de los recuerdos de Mario, con lo cual, consiguen que la obra funcione con sólo dos actores, con poco consiguen mucho. Esta idea también se nota en el espacio escénico, pues sólo se trata de unas jaulas de palomas con plumas a su alrededor, que funciona como una metáfora de la opresión que siente el protagonista. Un claro ejemplo de cómo el fondo funciona con la forma.
Justamente, los momentos en los que más brilla la historia de Carolina Román es cuando la forma funciona para dar a entender el fondo. Me gustaría mencionar un par ejemplos para que quede más claro. El primero, sucede con la primera relación sexual de Mario; aquí aprovechan la transparencia de las rejas para poner a un personaje detrás de otro, quedando la reja entre ellos, entonces, uno golpea la reja con su pelvis y el otro con su trasero, dando a entender una sodomía sin necesidad del contacto real. El segundo, sucede con la aparición de Dorin, quien entra con un vestido rojo exuberante y provocador, y así como es provocador el vestido, también lo es ella, pues se mete directamente con el público rompiendo la cuarta pared y cambiando el ritmo de la obra.
Ahora bien, la progresión dramática del texto falla, porque hay algunas escenas donde los conflictos no progresan, son más bien estáticos, haciendo que parezcan anécdotas con ritmo lento. También hay algunos conflictos que no cierran como el del amante de Mario “el marinero”. Además, el suceso que hace que Mario se convierta en Marion bien podría catalogarse como un Deus ex machina.
Me parece que, como conjunto, la historia no es perfecta, pero momentos particulares, como los antes mencionados, hacen que valga la pena. Asimismo, a los dos grandes actores los acompaña una buena producción, las luces de David Picazo, hacen resaltar los números musicales. Más allá de los aspectos técnicos, la obra me dejó una reflexión sobre hasta qué punto podemos llegar a reprimir nuestra sexualidad.
Fotos por Jaime Márquez